Sandeep Baliga (Universidad Northwestern) y Tomas Sjöström (Universidad Rutgers) escribieron el artículo ‘La estrategia de manipulación de los conflictos’, en octubre del 2012 en The American Economic Review. Baliga y Sjöström modelan un juego de conflicto cuyos rasgos se resumen de la siguiente manera.
En un juego de ‘halcón y paloma’, dos jugadores A y B disponen cada uno de dos estrategias: comportarse de manera agresiva (‘halcón’), o conciliadora (‘paloma’).
Un ‘extremista’ E, que puede ser un halcón o una paloma, puede tratar de influir sobre las decisiones de A y B. Si las decisiones de comportarse al tiempo como halcón o como paloma se refuerzan la una con la otra (es decir, si son complementos estratégicos), un extremista de tipo halcón aumenta la probabilidad de conflicto y reduce el bienestar, cuando envía mensajes que activan el comportamiento agresivo de ambas partes.
Si las decisiones de coincidir en estrategias se debilitan la una con la otra (cuando son sustitutos estratégicos), un extremista de tipo paloma, a cambio, envía mensajes para que uno de los jugadores se comporte de manera agresiva y el otro de forma conciliadora. Un extremista de tipo halcón no puede manipular las decisiones si estas son sustitutos estratégicos, y un extremista de tipo paloma no puede manipularlas si estas son complementos estratégicos.
La visita de Ariel Sharon a la Explanada del Monte del Templo en Jerusalén, en 2000, hizo estallar la Segunda Intifada y dio al traste con el proceso de paz entre israelíes y palestinos. Este es un ejemplo de acción de un extremista de tipo halcón.
Las marchas pacíficas de Selma a Montgomery en 1965 por el derecho al sufragio de los negros, lideradas por Martin Luther King, se dieron en medio del asesinato de activistas, e influyeron en la aprobación de la Ley de Derecho de Voto. Este es un ejemplo de acciones de un extremista de tipo paloma.
La búsqueda de un acuerdo después de la derrota del ‘Sí’ al Acuerdo de Paz en el plebiscito del 2 de octubre se puede entender con el modelo anterior, de la siguiente manera. El jugador A representa el ‘Sí’ y el jugador B representa el ‘No’.
Cada jugador aglomera una coalición de intereses heterogéneos. La coalición A incluye víctimas, población de creencias políticas de izquierda y de centro, y empresarios sometidos a la disciplina de los mercados o al escrutinio de grupos de interés mundiales.
La coalición B incluye víctimas, ciudadanos de derecha, empresarios de derecha, algunas iglesias, y propietarios de tierras que se benefician de la ausencia del monopolio de la violencia por parte del Estado. Hay un extremista de tipo halcón (el senador Uribe) y un extremista de tipo paloma (el presidente Santos: no puede ser de otra forma después del nobel de paz).
Uribe tiene dos cartas: (i) aceptar un acuerdo que refleje sus posiciones pragmáticas como Presidente en el 2006, lo que resolvería los problemas de justicia y representación de las Farc; (ii) exigir al Gobierno y a las Farc firmar un nuevo acuerdo con sabor a rendición, esperando que el gobierno dé por acabado el proceso.
La reacción instintiva de Uribe en la noche del 2 de octubre fue hablar de un nuevo acuerdo de paz, pues la victoria del ‘No’ fue por margen pequeño. ¿Por qué tiene Uribe dos cartas? Porque, como él bien sabe, las preferencias del votante pivotal se pueden moldear hacia la radicalización; y además, los escenarios de la segunda carta son muy tentadores emocionalmente.
Santos tiene tres cartas: (i) proponer y tramitar una optimización del acuerdo con los sectores del ‘No’ que se benefician de la paz, con una comunicación eficaz, amplia e inclusiva; (ii) insistir en la estrategia ‘gerencial’ que criticó Pepe Mujica y relanzar el acuerdo sin cambios ni acuerdos, creyéndose que el premio nobel es suficiente; (iii) romper el acuerdo si Uribe no cede en sus propuestas de rendición.
Miremos los órdenes de magnitud de las fuerzas. El ‘Sí’ representa el 50 por ciento de los votantes, que no tienen incentivos de pasarse al ‘No’. El ‘No’ representa el restante 50 por ciento de los electores, entre los que el 40 por ciento sería del Centro Democrático, 40 por ciento de otros partidos y agrupaciones, y 20 por ciento de votantes sin partido. }
Si Santos juega con fortaleza su primera carta, y avanza con independencia del filibusterismo que intenta aplicar el partido de Uribe en las discusiones actuales, lograría atraer el 60 por ciento de los votantes de otros partidos y de los electores sin partido (especialmente víctimas y jóvenes). Sería posible lograr un acuerdo que refleje la voluntad del 80 por ciento del país. Como extremista de tipo paloma, Santos no puede usar su segunda o tercera carta, con independencia de la estrategia que decida utilizar Uribe.
Uribe se decidiría por su primera carta si anticipara que los costos ciertos de quedar como el saboteador de la paz son superiores a los beneficios inciertos futuros de seguir la guerra o intentar un acuerdo bajo sus términos.
No se puede asegurar que su partido llegue a la presidencia en el 2018, basado en buscar el descrédito de Santos, en contra de un acuerdo del 80 por ciento de la población y con la comunidad internacional en contra.
En algún momento, Uribe deberá destapar su carta, por lo pronto opaca en medio de las variadas opiniones de sus voceros. Si es la primera, se llegaría a un acuerdo sin perdedores y en la que la posición de halcón se reserva para peleas futuras. Mejor que cualquier otra cosa.
Juan Benavides
Investigador Fedesarrollo
benavides.jm@gmail.com
El autor hace parte de la junta directiva de Celsia S.A. E.S.P.
columnista
Matemáticas de un acuerdo
Santos puede proponer y tramitar una optimización del acuerdo con los sectores del ‘No’ que se benefician de la paz.
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Juan Benavides Estévez
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