Las imágenes de la tragedia de Armero del 13 de noviembre de 1985 han quedado incrustadas en la memoria del país entero, pero las lecciones de fondo no. Lo que allí sucedió debió ser la más poderosa lección de desarrollo sostenible del país, que nos hubiera mitigado, de haberla aprendido en serio, crisis tan graves como las asociadas a las inundaciones por causa de fenómeno de la ‘La Niña’ entre el 2010 y el 2011, o como los actuales impactos de sequía de ‘El Niño’.
La lección era sencilla. Considerando que tenemos amenazas climáticas, geológicas y tecnológicas a granel, repartidas en todo el territorio, lo que estamos obligados a hacer es trabajar en serio en la reducción de riesgos de desastres. Pero la verdad, eso no lo aprendimos, y no lo estamos haciendo.
Tenemos las formas aparentes de una política nacional de gestión de riesgos, pero está lejos de lo que debería ser. El Sistema Nacional de Gestión de Riesgos de Desastres, como organización interinstitucional y técnica, debería ser capaz de anticiparse a los riesgos y a las situaciones de potenciales crisis del país, como sequías, inundaciones o cualquier otro evento natural, a efectos de evaluar, advertir y desarrollar capacidades para reducir las condiciones de riesgo en cualquier sector de desarrollo del país comprometido.
Con excepción de algunos municipios, lo que tenemos en Colombia no es más que una organización operativa que ofrece ayuda humanitaria de emergencia, con entrega de kits de alimentos y aseo, carrotanques con agua y uno que otro plan de respuesta. En realidad su servicio, no parece ser distinto al que han prestado la Cruz Roja y la Defensa Civil Colombiana desde antes de la tragedia de Armero.
El fenómeno de ‘El Niño’, que ahora nos agobia, es un buen ejemplo de la debilidad en la reducción de riesgos. De los 238 municipios que hoy experimentan desabastecimiento de agua, ya 180 habían presentado este problema de forma crítica en ‘El Niño’ de 1997 y 1998. Por eso, no hace sentido que el Gobierno lo presente como imprevisto o excepcional, cuando la verdad es que desde 1997 se tenían los elementos para reducir los riesgos.
Es necesario, para la conveniencia de todos, que el Gobierno Nacional tome el camino correcto: la Unidad Nacional de Gestión de Riesgos de Desastre, como ente coordinador del Sistema Nacional de Gestión de Riesgos, más que una oficina que sirve para paliar las necesidades de ayuda humanitaria, debe convertirse en una entidad que responda, con seriedad, el principal legado que dejó Armero: compromiso con la reducción de los riesgos de desastres.
Juan Carlos Orrego
Especialista y consultor internacional en riesgos de desastres y adaptación al cambio climático para América Latina