Muchas son las cosas aburridoras que se oyen sobre las cámaras de comercio. En Barranquilla, la creación de 1.483 S. A. S. concentradas en 72 personas, para manipular el censo electoral. En Bogotá, la puja por el poder entre candidatos, con la decisiva intervención de sectores políticos. Es tal el tamaño de la crisis, que el Gobierno ha buscado crear cuerpos especializados de control en la Superintendencia de Industria, lo cual acarrea más costos para el contribuyente.
Los ciudadanos de a pie también vivimos cosas absurdas en nuestra vida cotidiana, en nuestro intercambio con las cámaras de comercio, al tener que sufrir el auténtico viacrucis de ir y venir varias veces a los puntos de atención, para, al fin, lograr registrar un documento. En el 99 por ciento de los casos, lo devuelven por cuestiones de forma, según el parecer del omnipotente funcionario de turno: “Es que el documento tiene que ir en tinta negra y no en azul”, “el acta dice Suplente del Gerente y no Gerente Suplente”, “le faltó marcar con una x la casilla”, “le faltó…”, “no se puede”. Pareciera que el valor supremo en la cultura de trabajo de las cámaras es señalar que no se pueden hacer las cosas, en vez de buscar soluciones para el ciudadano, razón para la cual existen.
Ante este panorama, solo cabe preguntarse: ¿por qué?, qué está pasando?, ¿cómo podemos mejorar esto? Posiblemente, es por la manera como fueron concebidas estas entidades en el país, en donde se adoptó un modelo que fusiona el registro mercantil con el de agremiación comercial. Es así como las cámaras de comercio, además de registradoras, son promotoras de la creación de empresas, la formación a pequeños empresarios, y el arte, y aunque no es contundente su efectividad en estas áreas, sí lo es que concentran un enorme poder. La Cámara de Comercio de Bogotá, por ejemplo, con casi 1 billón en activos, es similar al tamaño de la General Motors Colombia. De este billón, aproximadamente 144.000 millones están en CDT y 300.000 millones en edificaciones, lo cual sugiere ineficiencias económicas.
Se suma a lo anterior el alto costo de las tarifas para registrar documentos ante estas. Resulta incomprensible cómo inscribir una sociedad en Bogotá puede llegar a costar más que en Delaware, la jurisdicción más avanzada del mundo en esta materia. Pero aquí, para atraer más inversión, lo ideal sería tener tarifas más competitivas, o al menos mejorar el servicio y la transparencia para tener una mejor relación precio beneficio.
Una posible solución sería abandonar esta naturaleza híbrida entre entidad gremial y entidad registral semiprivada que han tenido las cámaras de comercio, y separar las actividades promocionales empresariales de las puramente registrales. Las primeras las harían los privados, quienes seguramente las llevarían a cabo de forma más competitiva. Las segundas las asumiría una entidad estatal especializada.
Así no existirían tantos incentivos para la politización. Además, es un sistema que ha sido exitoso en países como Estados Unidos, donde el registro mercantil es responsabilidad de cada secretario de Estado de la unión.
Es un tema para pensar.
Juan Carlos Palau
Director de Juan Carlos Palau Abogados
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