La miopía y la estupidez se parecen, pero no son lo mismo. Francis Ford Coppola (Apocalypse now), cuestionó la puesta en escena de la guerra de Vietnam en la película The Deer Hunter, de Michael Cimino, porque para Coppola los protagonistas de Deer Hunter padecían como lo hicieron los soldados de Estados Unidos en la Segunda Guerra, es decir, desde la buena conciencia. En Vietnam, opinaba Coppola, se padeció a otro precio: la conciencia de los soldados estadounidenses estaba fracturada, no creían en la bondad de la causa.
El andamiaje desde el que se mira el mundo, obvio, incide en el dibujo que desde allí se traza. Ahora, sin duda, hubo soldados con conciencias fracturadas en la Segunda Guerra y soldados con buena conciencia en la de Vietnam, pero en ambos casos, la mayoría fue la contraparte. ¿Se desprende, entonces, que Coppola es más inteligente que Cimino? ¿O solo más sensible?
Mutatis mutandis, a lo largo de las muchas y siempre dilatadas conversaciones entre los distintos gobiernos y las Farc-ep (ejército popular), en repetidas ocasiones me irritó la tozuda parsimonia campesina que ‘Marulanda Vélez’ siempre mostró y que, al parecer, heredaron las ‘nuevas’ Farc-pp (partido político). Sí, las nuevas Farc parecen no solo seguir observando desde el mismo andamio, sino ver también el mismo mundo, un mundo tallado en piedra tan dura que, cincuenta años después, no tiene ni una fisura.
¿Estupidez o miopía? No sé, Rodin, el escultor, que de piedras sabía, dijo que la paciencia también era acción.
Pero, además de obtusa, me temo que la reticencia de las Farc a cambiar la sigla de marras para desambiguarla ahora como ¿Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común’, no solo va a dificultar la entrada de la ‘nueva’ sigla al discurso cotidiano tanto como costó incorporar la ‘uve’ chapetona a la sigla del BBVC, sino que la nueva ‘boina-rosa’ del logo fariano parece revelar, paradójicamente, la misma estética descuidada y urgente que hubieran enarbolado hace cuarenta años estudiantes de tercer semestre impacientes por abandonar las aulas para trocar las letras por las armas y no al revés.
Desde los siete años me pareció falsa (y tonta) la fanfarronada ‘comunista’ atribuida a Yuri Gagarin de que “no vi a Dios en el cielo”; tan estúpida y apócrifa como aquella otra, esta de rancio tenor ‘anticomunista’, según la cual a los niños cubanos los ponían de rodillas para que pidieran helados a Dios y, tras infructuosos largos minutos, les pedían luego hacer lo mismo, pero invocando a Fidel y, tilín-tilín, entraba Castro con delantal y paletas.
Entonces, prisa santista, marrullería fariana, leguleyismo atávico y fábulas furibistas aparte, firmemos la JEP para empezar en serio: las guerras buenas ya no existen y la lucha por la tierra hoy ya casi nada tiene que ver con la que se libró hace 60 años, cuando, cito a Nicolás Buenaventura, “Isauro Yosa, indio chaparraluno, militante comunista y tenaz guerrillero, convence a Pedro Antonio Marín, guerrillero liberal, para que se meta con su gente a los ‘comunes’”.