Comienzo –por necesidad en época de clasificaciones entre amigos y enemigos de cualquier cosa– diciendo que considero que haber logrado un acuerdo de paz con las Farc es un enorme logro positivo para Colombia. Y que se debe hacer todo lo que se pueda para que los exguerrilleros que cumplan con lo pactado tengan la oportunidad de vivir en la legalidad y libertad en que vivimos los colombianos cumplidores de la ley.
Establecido que no soy ‘enemigo de la paz’, como se calificó durante las elecciones de 2014 a quienes tuviésemos dudas sobre los términos de la negociación, me siento en libertad de decir que, por la manera como el tema se ha manejado por líderes proacuerdo y antiacuerdo, esa paz con Farc se está haciendo a costa de generar y profundizar un conflicto entre ciudadanos de bien.
Un proceso de tal importancia y magnitud debería dar paso a tiempos de real paz y convivencia en nuestro país. En cambio, las extremas de ambos lados se atacan ferozmente todos los días, en ámbitos físicos y digitales, y nos arrastran a unos y otros hacia lo que hemos llamado ‘polarización’.
Para quienes ven el proceso de La Habana con profunda convicción de que debemos estar dispuestos a sacrificar justicia a cambio de paz, todo el que en algo se oponga es un enemigo de la paz, inculto, de extrema derecha. Y para quienes, convencidos de corazón de que no se debe sacrificar justicia a cambio de dejación de armas y reincorporación, el ‘otro’ es cómplice de terrorismo y narcotráfico, de extrema izquierda.
Cada persona, en el campo o en las ciudades, vivió el conflicto de forma diferente. Por eso no hay una sola verdad. La verdad de la campesina esclavizada por la guerrilla, violada y obligada a abortar es una; la del pequeño agricultor presa de fuego cruzado y de abusos por parte de miembros de la fuerza pública es otra. La verdad del guerrillero convencido es una, la del comerciante cuyo pariente cercano fue secuestrado y nunca regresó, es otra. La experiencia de familias desplazadas del campo por amenazas y despojos es diferente a la de familias desplazadas del país por secuestro y extorsión.
Por ello, los objetivos de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición son opuestos y contradictorios entre sí. El loable, meritorio e intenso esfuerzo de los miembros de dicha Comisión para explicar y aclarar (esclarecer) la verdad nos llevan a la inevitable lucha de muchos por demostrar que ‘esa no es la verdad’, a profundizar y perpetuar la división. Solo si encontramos nuestra propia verdad reflejada, aunque sea, en buena parte, en el resultado del trabajo de la Comisión, tendremos posibilidad de convivencia y no repetición.
Por eso, respetuosamente, sugiero que se acepte oficialmente que hay ‘Siete Verdades’ (o el número plural que sea) y que nuestras energías –hoy enfrascadas en la discusión del verdadero pasado– se concentren en construir, ese sí común, un pacífico, digno y próspero futuro.
Empresario