El pasado miércoles, mientras el ministro de Economía español, Luis de Guindos, se reunía con la flor y nata del poder económico de Madrid a desayunar en el Hotel Ritz de la capital, la prima de riesgo española superaba los 430 puntos básicos y el Ibex se dejaba casi un 3%, movido por los fondos internacionales que huyen de la reforma fiscal planteada por el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, como primera lectura de unos presupuestos que reducen los dividendos de las empresas en las que estaban invertidas, al tiempo que no explican bien cómo se van a financiar las comunidades autónomas, cuando uno de los impuestos que tocan es el de sociedades que va integro al Gobierno Central, en lugar del IVA que se reparte.
Si además tenemos en cuenta que tan sólo una semana después el Gobierno emite la señal de que algo se han dejado en la cuneta anunciando un nuevo ajuste (con sus multiplicadores) en sanidad y educación de lo que supone un 1% del PIB, cuando oficialmente ya se contemplaba una caída del PIB por encima del 1,5%, que obviamente son las partidas que lastran a las comunidades autónomas a las que están transferidas las competencias y a las que han dejado sin suficiente financiación, y si a esto le sumamos que desde que se reactivó la crisis de deuda soberana en junio del 2011, se han reducido las inversiones de familias y empresas españolas en instrumentos domiciliados en nuestro país por valor casi de 60.000 millones de euros, o lo que es lo mismo, dinero que ha salido de nuestras fronteras por temor a la que pueda venir, el cóctel explosivo está servido, lo que explica que el Ibex no pare de caer desde entonces camino de perder el nivel de los 7.000 puntos (en el 2008 superaba los 16.000 puntos).
Y es que presentar unos presupuestos donde se asume una destrucción de empleo de más de 600.000 puestos de trabajo unas semanas después de una reforma laboral que se supone se realiza para crear empleo, con una política fiscal brutalmente contractiva en un contexto de trampa de liquidez y de caída continua de la demanda de hogares y empresas supone una caída al vacío en la espiral de la paradoja de costos: cuanto más reduces el gasto más se te hunden proporcionalmente los ingresos.
Sin crecimiento económico y sin inflación, una economía con un problema de sobreendeudamiento, tiene poca credibilidad respecto al futuro, y esto es lo que los mercados castigan.
Como cualquier empresa, la buena marcha de la economía de un país depende de su modelo de negocio y de sus gestores, y en el caso de España, al igual que en el resto del sur de Europa, el modelo de negocio ha demostrado ser erróneo, con el agravante de que este no se puede cambiar ni en el corto ni en el medio plazo, sino que exige de una labor de planificación a cargo de sus gestores, que tienen que ser algo más que administradores concursales. La situación es crítica, el tiempo está pasando y juega en contra.
Lorenzo Dávila
Jefe de Investigación de IEB, Madrid
lorenzodavila@davila-eafi.com