Es cierto que lo que está detrás de la negativa por parte de Alemania para que finalmente se materialice la intervención del BCE en la compra de deuda pública española e italiana en los mercados secundarios de deuda, no es otra cosa que su temor a que su deuda pública deje de actuar en los mercados como activo refugio y termine subiendo, tal y como, por otro lado, lo llevan haciendo sus CDS, al igual que los de EEUU –otro activo refugio-, durante los últimos meses, lo que les ha permitido desde el comienzo de la crisis refinanciar sus posiciones de deuda, proveniente gran parte de la reunificación alemana, a intereses mínimos históricos. Pero también es cierto que detrás de la postura de Alemania, como eje del pensamiento ortodoxo, se vislumbra el dilema de quien deba pagar la crisis, si los que tomaron posiciones de riesgo en los mercados prestando dinero con unos modelos de riesgo de crédito inadecuados a la hora de ponerle precio al riesgo que de verdad estaban tomando, al no considerar adecuadamente el efecto del ciclo económico, o los que lo pidieron prestado.
De hecho, durante esta crisis, la posición de Alemania ha sido como la del prestamista Shylock del Mercader de Venecia, pidiendo ser pagado con una libra de carne del lado más próximo al corazón, lo que está provocando en países como Portugal, Irlanda, Italia, Grecia o España, por mencionar el despectivo acrónimo inglés PIIGS con el que el principal diario económico británico, el Financial Times, los señaló ya en 2007, la muerte tanto de una generación de jóvenes sin salida como de un tejido empresarial de pequeña y mediana empresa sin capacidad de refinanciar las inversiones realizadas para modernizarse durante la primera década de este siglo.
En estos países encuentras en estos momentos fábricas con procesos productivos que son los más eficientes de Europa con la maquinaria más moderna y los sistemas más avanzados que están en proceso de liquidación, valoradas con factores de descuento que las llevan a precio de derribo, y que van a ser desmanteladas para su traslado a otras economías, con la consiguiente pérdida de competitividad de cara al futuro.
Cualquiera que se mueva profesionalmente por los principales polígonos industriales de estos países sabe a lo que me refiero. Y el problema principal, que vendrá después, es que, al igual que en la obra de Shakespeare, no se puede seguir pagando con carne sin derramar ni una sola gota de sangre, por más que los Gobiernos de estos países se hayan armado de valor y paciencia para intentarlo.
Los modelos de riesgo de crédito están para fijar la prima de riesgo que se impone al prestatario con las que cubrir la pérdida –o es que les dieron el dinero gratis-, si estos son erróneos, o los supuestos bajo los que se establecen dejan de cumplirse y tanto la probabilidad de default como la severidad se alteran, existen herramientas en los mercados para cubrirlas y si no lo han hecho es su problema.
Si no es así, confiemos en que un rayo de cordura en el Gobierno alemán permita más pronto que tarde, la intervención de un BCE que nos libre temporalmente de esta pesadilla de una noche de verano.
Lorenzo Dávila
Jefe del Departamento de Investigación del IEB