El ecosistema de pagos en Colombia ha evolucionado, sin embargo, todavía no estamos preparados para vivir sin el efectivo. Vamos por una buena senda, pero si realmente se quiere avanzar, es fundamental robustecer el sistema, permitirles la entrada a nuevos jugadores y, definitivamente, hacer del mercado un espacio mucho más competitivo.
Por esto, la promoción de los medios de pago electrónicos y la disminución del uso del efectivo se hace crucial y urgente. Es ampliamente conocido que la emisión y el resguardo de billetes puede tener un impacto económico negativo del orden del 2 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) en la economía de un país, y que solo un incremento de un punto porcentual en la penetración de pagos electrónicos puede generar un crecimiento del 0,05 por ciento del PIB per cápita.
En Colombia, en el año 2016, en promedio, un adulto solamente realizó 14 pagos mediante un datáfono, y del total de transacciones realizadas en el país, únicamente el 15 por ciento correspondió a pagos con tarjeta –según Mastercard Advisors, 2017–. En efecto, la mayoría de transacciones continúan siendo en efectivo, lo cual alienta la economía informal y la ilegalidad, ya que las transacciones que no quedan registradas no se pueden observar.
Aunque para muchas personas pagar en efectivo puede parecer más cómodo y económico, en realidad, es más complicado y costoso, no solo para los individuos, sino para los comercios y las sociedades en general. Los costos del efectivo parten de su misma producción, pasan por las inversiones hechas para garantizar su transporte y seguridad –un millón de billetes pesa más de una tonelada, de manera que su traslado cuesta mucho–, y finalizan en los costos traspasados a los comerciantes, quienes también invierten importantes cantidades para asegurar su dinero.
Lo anterior son los costos asociados al manejo y uso del efectivo, que terminan al final de la cadena siendo asumidos por los consumidores cuando pagan por sus bienes y servicios. Estos costos incluyen también las pérdidas que se generan en economías underground: fraudes, lavado de dinero, menor recaudación de impuestos, entre otros.
De esta forma, se fomenta la corrupción, la falta de transparencia, la informalidad, un menor ingreso per cápita y la exclusión social. Estamos lejos de alcanzar a países como Suecia, donde cerca de 900 sucursales bancarias –de las 1.600 existentes– no tienen dinero en efectivo, no aceptan depósitos; ya ni siquiera tienen cajeros automáticos. Sin embargo, creemos firmemente en una sociedad más allá del efectivo que promueva mayores niveles de competitividad, inclusión financiera y productividad. Es un proceso que iniciamos y sobre el cual debemos, como sociedad, acelerar.