La situación de Colombia no puede ser más preocupante. La polarización ha llegado a límites que hace mucho tiempo no se veían, y que solo pueden hacer temer nuevas violencias que rebasen las palabras agresivas y descalificadoras que se han visto hasta hoy.
Los ejemplos sobran: la paz es el primero y más agudo, al punto que quienes defienden el Sí en el plebiscito, agreden a quienes tienen objeciones o dudas. Desde el presidente Gaviria hasta, quién lo creyera, el obispo de Cali, que tilda de deshonestos a los que voten por el no, (pues afirma que los colombianos honestos votarán por el sí), sin reparar en que a ese lado de la orilla, hoy, aparecen, según algunas encuestas, la mayoría de los colombianos, incluyendo personas tan respetables como los expresidentes Uribe y Pastrana, o juristas reconocidos y con experiencia política como Jaime Castro o, con experiencia y conocimientos del derecho internacional, como Carlos Holmes Trujillo.
Otro claro ejemplo es lo ocurrido en el caso de las famosas cartillas sobre manuales de convivencia. Sin entrar a discutir sobre el tema de fondo, las agresiones de parte y parte, los epítetos y descalificaciones han llovido con encono, sin límite, sobre quienes defienden el derecho y el respeto a los valores de la familia, o contra los que plantean el derecho que creen que tienen a imponer sus posturas e ideologías de género.
Todo lo anterior ocurre en medio de una crisis económica y fiscal grave, y ad portas de la firma de un acuerdo en la Habana con las Farc, que suscita dudas, confusiones y grandes temores.
Característica fundamental de las democracias es la libertad de pensamiento y opinión, y por eso existen los mecanismos para manifestarse; por lo tanto, no puede, de ninguna manera, descalificarse al opositor, ni utilizar los recursos del Estado en defensa de las campañas o posiciones de los que ejercen el poder, en desmedro de las partes que no tienen el mismo acceso a estas herramientas.
Por otra parte, la existencia, presentación y debate de las diversas tesis y posturas, con respecto a temas críticos para el futuro del país, debe ser la fuente de donde salgan decisiones enriquecidas y ponderadas alrededor de las cuales se puedan construir consensos que garanticen que las políticas públicas y las decisiones adoptadas sean las que traigan el mayor bienestar para la ciudadanía.
Las decisiones impuestas y no debatidas oportunamente, no de manera extemporánea, invitando a la contraparte a conocer lo ya definido, sin abrir espacios de diálogo y posibilidades de tener en cuenta sus observaciones en las resoluciones finales, como ha ocurrido con lo pactado en La Habana, no conllevan a la integración de la sociedad y su participación en la implementación y desarrollo de las políticas estructurales para el país.
El momento crítico que vivimos exige que haya consensos alrededor de los temas estratégicos, y para ello se requiere grandeza, la que tuvieron Laureano Gómez y Alberto Lleras cuando firmaron el Frente Nacional para sacar a nuestra patria de una corrupta dictadura, después de años de dolorosas y encarnizadas luchas políticas, generadoras de violencia.
Es necesario que no se cierren las puertas de una revisión de lo acordado, no solo en el caso de que los resultados del plebiscito así lo definan, sino principalmente para buscar una sociedad sin odios ni venganzas, que comparta una visión común y trabaje solidariamente hacia ella.
María Sol Navia
Exministra de Trabajo
msol.navia@gmail.com
columnista
El país polarizado
La situación de Colombia no puede ser más preocupante. La polarización ha llegado a límites que hace mucho tiempo no se veían.
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María Sol Navia V.
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