No cabe duda de que la llegada de Iván Duque a la presidencia trajo una dosis de confianza a los colombianos y, en particular, a la economía. Su primer mes en Palacio de Nariño demuestra la seriedad, madurez y capacidad para manejar los problemas, que, en efecto, no son para nada fáciles, y las salidas serán el resultado de un proceso en el que no basta el deseo de acertar o la velocidad que algunos pretenden que tenga la administración.
La claridad conceptual y carácter del jefe de Estado ha sorprendido a propios y extraños, pese al deseo de una desordenada oposición política que solo busca que el mandatario y el equipo de gobierno cometan errores o se precipiten en las salidas para entrar a cuestionar o confundir a la opinión pública, sin que ello quiera decir que no se necesite una veeduría permanente en el manejo del gobierno.
Sin embargo, en estas primeras semanas el egoísmo y mala intención de muchos opositores se encuentra lejos de pretender el bienestar colectivo y está más cerca de buscar la obtención de réditos preelectorales para los comicios locales de octubre del año entrante, que, sin duda, marcarán la ruta política para la sucesión presidencial del 2022.
La clase política tradicional también pretende ‘medirle el aceite’ al gobierno a través de una presión en el Congreso para lograr prebendas a las que los gobiernos la tiene acostumbrada, en una especie de chantaje burocrático que tiene como contraprestación la aprobación de las reformas importantes que el Ejecutivo debe presentar al Legislativo. Hasta ahora, el gobierno de Duque ha mostrado entereza y carácter para no caer en ese juego. El gabinete ministerial es el mejor ejemplo en este sentido, un equipo técnico designado por meritocracia y no por filiación política.
No obstante, hay que ser muy cuidadosos. La economía colombiana trae una senda de crecimiento bastante mediocre en los últimos años, en la que los sectores productivos básicos como la industria, el agro y la minería presentan indicadores pobres y no tienen perspectiva de mejorar en el corto plazo: el crecimiento del Producto Interno Bruto para este año estaría cerca del 2,5 por ciento, las finanzas públicas están en problemas y el ajuste podría ser más severo del que todos piensan, y hay voces que advierten de un aumento en los precios al consumidor en los próximos meses, en particular en los alimentos.
A lo anterior se suma un ambiente bastante preocupante en la economía internacional, especialmente en países que un día posaban de grandes promesas como Brasil, Suráfrica e India. Lo que está ocurriendo en Argentina es un campanazo grande, pues de no salir avante el ajuste de Macri, las repercusiones podrían ser muy graves para el resto de la región. Lo que ha ocurrido con la tasa de cambio en las últimas semanas está ligado a lo que pasa en el sur del continente.
En los términos anteriores, tiene todo el sentido el pacto nacional propuesto por el primer mandatario, pero debe involucrar a todas las fuerzas sociales, comenzando por los partidos políticos, el sector privado y los sindicatos para no dejar que la confianza ganada en esas semanas se afecte por las apetencias y egoísmos de quienes juegan al desastre y apocalipsis como alternativa para ganar espacio político.