Hace casi 28 años (9 de noviembre de 1989), Alemania sacudió al mundo con la caída del muro de Berlín, símbolo de la división de lo que se llamó la Guerra Fría. El alcalde de Berlín dijo al día siguiente de esa memorable fecha: “Anoche, el pueblo alemán fue el pueblo más feliz del mundo”. En ese entonces, la zona occidental del país era rica y próspera, en tanto que la oriental, pobre, reprimida y triste por el fracaso comunista. La promesa fue que en el nuevo país todos serían iguales y tendrían las mismas oportunidades. No ha pasado así: hoy, el este alemán es más pobre y con mayor desempleo que antes, mucha gente se ha ido y la economía no ha prosperado como el resto del territorio. ¿Qué hoy se vive mejor que en el comunismo? Cierto, pero eso no es suficiente.
Y hace solo unos días se demostró. Los dos partidos tradicionales de Alemania (asimilados a nuestros Conservador y Liberal) fueron golpeados en las elecciones por la opinión, con las cifras más pobres de los últimos años. Suman 53 %, cuando hace 15 años alcanzaban el 77 %, en tanto que la llamada ‘extrema derecha Nazi’, se convirtió en el tercer partido más votado, con el 13 %, y con asiento en el Parlamento por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial.
Con estos datos adicionales, la principal votación del nuevo partido de derecha se da entre los pobres del este, inconformes con lo que les está pasando en el país; la acogida principal está en la población de entre 25 y 44 años, precisamente quienes tenían la mayor expectativa de mejorar su vida, luego de la reunificación. Los mayores de 55 siguen a los partidos tradicionales, lo cual les garantiza el corto plazo, pero les debe preocupar el futuro. Sencillo: los viejos sufrieron al nazismo, en tanto que los jóvenes tienen otras aspiraciones,en términos de calidad de vida.
El partido de la señora Merkel, hoy en el poder, ganó las elecciones con una tercera parte de los votos, y su aliado, hasta ahora, la socialdemocracia, se derrumbó. Y la mayor parte de los votos se fue a la derecha ultranacionalista, que pregona la salida de la UE, el retiro del euro y que no entren más refugiados. A la Canciller se le reconoce haber manejado acertadamente el país en momentos difíciles, haber liderado la conservación de la Unión Europea frente a la salida del Reino Unido y enfrentar las apetencias de Putin contra Occidente. Sin embargo, la gente del común en Alemania vive de cosas concretas, no encuentra diferencias entre un partido y otro y cree que todos se han vuelto ‘más de lo mismo’. Están decepcionados.
La lección alemana, aunque no tan contundente, no deja duda y es el resultado de algo que está pasando en el mundo: ocurrió en Estados Unidos con la elección de Trump y se dio en el Reino Unido con el brexit: un rechazo de la gente al modelo político imperante, porque los resultados no han sido los prometidos, en términos de bienestar, empleo y calidad de vida. Unos lo llaman populismo, pero es real y es la respuesta, acertada o no, a la desesperanza.
No hay duda de que el castigo a los políticos se está dando. Lo que está pasando en nuestro país, cuando la gente demuestra no sentirse representada por los partidos, es contundente. Y eso no se arregla ‘vendiendo’ el sofá, que es el modelo de buscar firmas para aspirar a gobernar. Eso es eludir la responsabilidad.
Mario Hernández Z.
Empresario exportador
mariohernandez@mariohernandez.com