Los primeros cien días del gobierno de Iván Duque pueden ser evaluados desde distintas perspectivas, pero, sin duda, una de las más interesantes es la relación que ha tenido con su partido. Ese vínculo no solo es relevante por el origen de su candidatura (Duque es “el que dijo Uribe”), sino porque el Centro Democrático es la piedra angular de la precaria mayoría parlamentaria con que cuenta el presidente para sacar adelante su agenda en el Congreso.
Aunque muchos esperaban que ese vínculo entre el mandatario y su partido se tradujera en una aplanadora política, la relación ha sido sorprendentemente confictiva, por decir lo menos. Varios episodios dan cuenta de ello, empezando por el discurso del presidente del Senado, Ernesto Macías, el mismo día de la posesión de Duque, cuyo tono confrontacional contrastó con el talante más conciliador del discurso presidencial.
En ese momento, muchos pensaron que la divergencia era un salinete acordado, en el mejor estilo de la vieja figura del policía malo y el policía bueno que se amangualan para lograr un objetivo a punta de zanahoria y garrote. Sin embargo, las discrepancias siguieron apareciendo: las posiciones diversas sobre la consulta contra la corrupción; la presentación de una propuesta de reforma a la justicia por parte del partido, distinta a la del gobierno; los reiterados llamados de miembros del Centro Democrático para que Duque cambie la cúpula militar, a los que él se ha resistido; las propuestas de Macías de aumentar el periodo presidencial a cinco años y de convocar una Asamblea Constituyente, que fueron descartadas de manera embarazosa por el primer mandatario; y, la más escandalosa de todas, la férrea oposición del partido, en cabeza de su líder y mentor de Duque, Álvaro Uribe, a la extensión del IVA a alrededor de 30 por ciento de los productos de la canasta básica, que constituye la columna vertebral del proyecto de reforma tributaria del gobierno.
A estas alturas está claro que aquí no hay sainete acordado, sino una creciente divergencia entre el Presidente y su partido. ¿Cuál es el origen y la implicación de esta situación? Dicen los que saben que el Centro Democrático está viendo a Duque como un presidente muy moderado, muy tibio y muy inclinado hacia el centro, y que, además, hay profunda inconformidad por su intención de tratar de gobernar sin mermelada. Sea cual sea el origen de este impasse, está dejando al mandatario frente a un grave dilema: si insiste en mantener su talante conciliador y anti-mermelada, seguirá viendo menguado su capital político en su mismo partido y debilitada su capacidad de gobernar; y si cede a esas presiones, terminaría convertido en el títere que muchos esperaban.
La encrucijada que enfrenta el presidente Duque terminará definiendo el carácter de su gobierno, y el éxito o fracaso de su gestión. La única salida posible es que insista en gobernar con su propio talante, fortaleciendo una impronta personal que lo sustraiga del dilema de ser títere o traidor, y lo consolide como el mandatario de todos los colombianos y no solo de su partido.