En estos días, a medida que se profundizaba la crisis chilena, yo esperaba que en Colombia tuviéramos un intenso debate sobre las lecciones que podríamos extraer de esa experiencia. Pero no… más allá de ciertas discusiones aisladas, acá la mayoría de la gente ve aquello como quien visita un zoológico: un poco de curiosidad, otro tanto de adrenalina, y vamos a lo siguiente.
Hemos contado con suerte en medio del caos del vecindario, porque aún no nos ha sucedido algo parecido y podemos aprender de la experiencia de los demás. Y es que, si bien cada caso tiene sus especificidades, lo que está sucediendo en Chile y lo que pasó en Ecuador hace un par de semanas constituyen una alarma insoslayable.
La principal lección que dejan los hechos recientes es que la desaceleración económica generada por el fin del boom de las materias primas ha producido un evidente deterioro social, cuyas consecuencias aún no hemos terminado de ver.
El primer campanazo lo dio Brasil hace tres años, cuando más de millón y medio de personas se tomaron las calles para protestar por el retroceso que estaban empezando a sentir tras varios años de prosperidad, dejando como saldo un gran debilitamiento de Dilma Rousseff.
Por su parte, el movimiento indígena ecuatoriano logró que Lenin Moreno revirtiera el aumento del precio de los combustibles al que se había comprometido con el FMI para acceder a recursos que le permitieran lidiar con el desequilibro generado por la caída de los precios del petróleo.
Y Chile, a pesar de haber sido el ejemplo económico de la región hasta el cambio de siglo, empezó a acumular disparidades sociales que se volvieron insostenibles: según la más reciente encuesta de Latinobarómetro, los chilenos sienten que tienen uno de los mayores niveles de desigualdad de la región junto a Brasil y Venezuela.
En Colombia la situación social está empezando a deteriorarse y no parecemos darnos cuenta. Tras haber caído durante más de tres lustros, el año pasado la pobreza volvió a aumentar en el país. Algo similar sucede con la distribución del ingreso: después de haber mejorado durante 7 años, en 2018 se volvió a empeorar. Eso para no profundizar en el aumento sostenido del desempleo y la destrucción de plazas de trabajo que está registrando el aparato productivo.
El caso de Chile deja una lección adicional. La primera reacción de Sebastián Piñera ante la crisis fue decir que los chilenos estaban en guerra contra un poderoso enemigo, mientras su esposa hablaba de una invasión alienígena.
Ante la persistencia de las protestas, en menos de 48 horas el mandatario tuvo que dar un giro y pedir perdón por la incapacidad del los gobiernos, el suyo y los que lo antecedieron, de detectar la gravedad del deterioro social.
Eso es algo que deben tener muy presente el gobierno, los políticos y los empresarios colombianos: el adversario no es el castro-chavismo ni la brisa que nos manda Diosdado Cabello… El peor enemigo de la clase dirigente colombiana es su propia indolencia.
Mauricio Reina
Investigador asociado de Fedesarrollo.
mauricioreina2002@yahoo.com