En el mundo de los toros se llama ‘la suerte de Don Tancredo’ a un acto que consiste en situarse en el centro de la plaza y quedarse inmóvil mientras el toro sale de la puerta de toriles y recorre la arena. Se necesita coraje y temple para aguantar el tiempo mientras el animal reconoce la figura y decide si embiste o la ignora.
El manejo de la crisis de la minga por parte del Gobierno fue un excelente ejemplo de un ‘Don Tancredo’ en la política. Es evidente que al gobierno lo querían hacer caer en una trampa. Las protestas se producen por el incumplimiento de los irresponsables acuerdos firmados por la administración de Juan Manuel Santos. Los organizadores de la movilización querían que el gobierno utilizara la fuerza para levantar los bloqueos. Buscaban hechos de sangre que luego pudiesen ser usados políticamente en Colombia, pero sobre todo en el exterior.
El Gobierno, como en el Tancredo, aguantó la presión de la izquierda exigiéndole que cediera a las absurdas pretensiones de los indígenas. También resistió los embates de quienes pedían restablecer el orden público. El Gobierno actuó con serenidad y evitó lo que los organizadores buscaban. Además demostró que detrás de la minga existen unos recursos considerables que permiten mantener a cientos de personas movilizadas por cerca de un mes. No se trata, pues, de famélicas comunidades, sino que detrás de este movimiento hay grupos armados relacionados con el narcotráfico que están interesados en que esta región geográfica, clave para la exportación de droga, permanezca sin presencia estatal.
También quedó claro que a las comunidades indígenas poco y nada les interesa la suerte de sus conciudadanos de Cauca y Nariño. El desabastecimiento y la escasez que generaron en el sur del país no les importó en lo más mínimo. Fue claro que no lograron que otras comunidades indígenas se unieran a su movimiento. Con el pasar de los días, la fuerza de la minga se fue diluyendo. Tancredo venció al toro.
Lo mismo está sucediendo con las objeciones a la ley estatutaria de la paz. Es evidente que los políticos tradicionales resienten el estilo de gobierno de Duque y que añoran el reino de la mermelada de la dupla Santos-Cárdenas. Les hacen falta los puestos y sobre todo los contratos. Estamos en período preelectoral y la ansiedad por irrigar sus electores crece desmedidamente. Creen que castigar al gobierno consiste en proteger a los violadores de menores de las Farc. Prefieren negarles a las víctimas el más mínimo derecho a la reparación para intentar doblegar al Gobierno y obtener la preciada mermelada. Vargas, Roy y Gaviria quieren que los sigan aceitando con recursos y puestos públicos para mantener sus círculos de poder. Tancredo Duque aguanta y el Congreso deberá asumir el costo político de haber abandonado a las víctimas de los abusos sexuales.
Es evidente que la oposición está empeñada en arrinconar a un gobierno que recibió un legado desastroso y que se esfuerza por recuperar la institucionalidad comprometida por la corrupción. Quieren sacar la política del desprestigiado Congreso y llevarla a la calle para generar la sensación de ausencia de autoridad.
Por eso, la serenidad y el temple del gobierno son indispensables en este momento. Como en la suerte de Don Tancredo.