Hace nueve años, en el 2008, exportamos a Venezuela 6.071 millones de dólares. Ese mismo año, le vendimos a Estados Unidos algo más del doble, con 13.737 millones de dólares. En medio de la postración de nuestro comercio exterior, el año pasado el vecino país representó apenas 641 millones, mientras que para EE. UU. cayeron 27 por ciento, solo representaron 10.023 millones de dólares. Entre enero y mayo del 2017 solo hemos exportado 123 millones de dólares a Venezuela, y vamos en camino a repetir el mediocre resultado de ventas a nuestro principal socio comercial, con 4.257 millones.
Debido al derrumbe de su economía, Venezuela desapareció como socio comercial, cuando ocupó el segundo lugar en importancia. Las políticas socialistas, que quieren implementar en Colombia en el futuro, destruyeron el tejido productivo del país más rico de América Latina, dejándolo en la miseria absoluta. Hoy, nuestro vecino no produce, no exporta, no compite y se ha convertido en el símbolo de todo lo malo que representa la combinación maléfica del socialismo más el populismo.
Predecir el futuro de Venezuela es muy difícil. Muchos creen que el chavismo está en la fase terminal. Ese optimismo desconoce el poder del aparato represivo que los cubanos han montado y que operan directamente. También ignora la fortaleza de la mafias de narcotraficantes y corruptos que no quieren que desaparezca este bastión de la ilegalidad. Hay muchos que encuentran en el régimen de Maduro ganancias colosales y saben que, sin el poder, terminarán en una cárcel local o de EE. UU. Mientras que toda esta catástrofe se ha desarrollado en nuestras fronteras, el gobierno colombiano ha sido aliado –por acción y omisión– del gobierno de Caracas. Nuestra diplomacia ha apoyado, sin vergüenza, al peor sistema político que haya existido en el continente en su historia. También somos responsables de lo que hoy pasa con nuestros apaleados vecinos.
Con clásica imprevisión, creemos que lo que sucede en Venezuela no es asunto nuestro. Es como un vecino que escucha disparos en el apartamento contiguo y sigue durmiendo para no “entrometerse en lo que no le compete”. Es lo mismo que responde la Cancillería colombiana cuando argumenta el respeto de la soberanía y la no intervención, mientras asesinan personas en las manifestaciones y se violan, de forma sistemática, los derechos humanos.
¿Qué sucedería si la situación en el vecino país evoluciona hacia una guerra civil y tenemos en pocos días una avalancha de migrantes en Cúcuta, La Guajira o Arauca? Son 2.219 kilómetros de frontera común, pero ingenuamente pensamos que lo que allí sucede no es importante para nosotros. Ya hemos asumido el costo real de haber perdido un mercado natural de nuestras empresas. Miles de empleos colombianos desaparecieron cuando Venezuela se fue sumiendo en el caos económico. Pero si la situación desemboca en algo aún más intenso, tendremos que estar preparados para asumir la crisis humanitaria en nuestro territorio.
A los venezolanos que huyen de la dictadura no los podemos rechazar. Todo lo contrario, tenemos que ayudarlos en estos momentos tristes de su historia. Hay que estar de su lado, así el gobierno colombiano cierre los ojos ante su dramática situación. En esta guerra no podemos estar del lado equivocado de la verdad y la justicia.
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¿Si Venezuela estalla?
Debido al derrumbe de su economía, Venezuela desapareció como socio comercial, cuando ocupó el segundo lugar en importancia.
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Miguel Gómez Martínez
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