José es su nombre y el único que aparece en toda la novela. A su lado se puede sentir el ambiente opresivo y burocrático de la oficina de la Conservaduría General del Registro Civil, en el cual el solitario protagonista decide un buen día seguirle la pista a una mujer, a partir de los datos que encuentra en el registro y algunas notas de prensa. Y, sin embargo, nunca logra conocerla.
Esa es la historia de Saramago, en Todos los nombres (2007).
De allí me quedé dándole vueltas a que aun sin nombres, sin saber el nuestro o el de los otros, la historia del mundo se escribe de uno en uno. Cada minuto o la suma de ellos es de cada quien, el dolor es de a uno, la soledad y el amor lo son igual, la sonrisa también lo es. No hay vida, sonrisas ni dolores colectivos, aunque se puedan sumar.
Incluso el conocimiento y el saber existen de la misma manera. La objetividad supuesta de la ciencia se construye sobre el consenso de la comunidad de científicos y sobre él se sigue avanzando, al menos hasta que el paradigma que define ese consenso no sea modificado. La objetividad surge de la subjetividad, de las observaciones personales, del saber de cada individuo que interactúa con otros.
Creo que con la moral pasa algo similar, al estilo de lo que propone David Gauthier y que llama moral por acuerdo. No una actitud relativista, sino aquella que reconoce el valor de dejar a un lado los presupuestos morales previos, que beneficien un código particular. Ese es también el fundamento de la democracia, la base del ejercicio de la libertad, que surge del sujeto y trasciende a los demás. No al revés.
Hay quienes priorizan lo colectivo sobre lo individual, como parte de una posición política. Pero también hay quienes lo hacen por descuido retórico o por querer diluir responsabilidades, como cuando se habla de la guerra o la paz, de la miseria o el analfabetismo, de una epidemia, de una tragedia, de la corrupción, con base en cifras y no a partir del relato de personas y seres humanos individuales con nombre, cara y corazón.
El riesgo de los relatos colectivos es que evaden el peso específico de los actos de cada quien: si todos somos responsables nadie lo es, si todos pensamos igual no hay que escuchar al disidente, si todos estamos bien no miremos al que sufre, si todos estamos mal acabemos con el que está bien.
La vida adquiere más sentido y color entre varios, con la familia, los amigos, nuestros ambientes y grupos. Eso se construye sumando. Debe ser por eso que disfruto tanto estar con mis hijos, de a uno. Ella y yo, él y yo.
Cuando se pierde la individualidad se colectivizan las relaciones, se burocratiza hasta el mal, y suceden las peores atrocidades porque matamos la empatía, por ahogarla en un mundo anónimo.
Jaime Bermúdez
Excanciller de Colombia
jaimebermu@gmail.com