Con la nueva visión de la escuela neoclásica de economía sobre la teoría del valor, se produce un rompimiento histórico con la tradición anterior que buscaba una teoría objetiva y medible. De allí en adelante se abre la puerta a la moderna teoría de la utilidad, basada en las preferencias del consumidor y, por otra parte, se ‘dispara’ el capitalismo financiero, con enormes consecuencias e implicaciones para el desarrollo de las economías, la distribución del ingreso y la acumulación de riqueza –como lo presenta Mariana Mazzucato en el libro que reseñamos en la segunda parte de este artículo.
En esta nueva construcción neoclásica no cabe preguntarse quién genera valor y quién se apropia de este: ahora todo ingreso, incluyendo las rentas, debe ser productivo. Esta visión, explica Mazzucato, se codifica en la noción del PIB, de tal manera que se vuelve productivo todo lo que tenga un precio y genere un ingreso. Así, la enorme expansión del sector financiero en las economías avanzadas (financiarización) –sobre todo desde su desregulación– se traduce, en parte, en operaciones especulativas sin ningún valor social. Bajo las nuevas reglas contables ello no importa, pues contribuyen al PIB, desapareciendo la extracción de rentas. La atención se muda a la creación y no a la extracción de valor.
En el caso del sector financiero, esto ocurre a través de tres mecanismos: (i) introduciendo un diferencial entre los proveedores y los usuarios de servicios financieros, vía costos de transacción; (ii) vía el poder monopolístico, especialmente bancario, en parte resultado de las elevadas barreras regulatorias a la entrada (Basilea y demás), y (iii) mediante los sobrecostos que se cobran frente a los menores riesgos que se corren por el manejo de activos (fund management).
El muy rentable y colosal sector financiero que surge suministrando servicios, productivos e improductivos, de intermediación financiera, tiene la desventaja de ser altamente prociclíco, con una alta propensión de los impagos (defaults) a estar correlacionados, llevando a severas crisis financieras recurrentes, cada 10 o 15 años, en las que el Estado se ve forzado a intervenir, pasándole enormes pérdidas a los contribuyentes, quienes son los prestamistas de última instancia, ya que las pérdidas de las crisis originadas por el sector privado hábilmente se ‘socializan’, mientras que las utilidades se privatizan.
El ‘capitalismo de casino’ que documenta Mazzucato, también transforma la gestión de las empresas del sector real, ya que estas se convierten en componentes de portafolios financieros –en flujos de caja–, los cuales se deben manejar con el fin de maximizar las utilidades de los accionistas en el corto plazo.
Uno de los resultados recientes de la financiarización del sector real son las recompras de acciones por parte de las empresas. Así, entre el 2003 y el 2012, 449 compañías listadas en el Índice S&P 500 compraron 2,4 trillones de dólares de sus propias acciones, o 54 por ciento de sus utilidades y 92 por ciento, si se cuentan los dividendos, dejando solo 9 por ciento para invertir en bienes de capital. Para grandes empresas individuales estas recompras, más la distribución de dividendos, exceden el ingreso neto. Esta desastrosa descapitalización, si bien puede maximizar el valor de las acciones en el corto plazo, perjudica el desempeño de estas organizaciones en el largo plazo y reconoce solo al accionista como la fuente del valor creado, dejando de largo a los trabajadores con ingresos reales estancados y haciendo todo lo posible por no pagar o minimizar los impuestos al Estado (ejemplo de Apple).
Mazzucato defiende la creación de valor como un esfuerzo colectivo que se debe reconocer y remunerar, compartiendo riesgos y utilidades. La financiarización de las economías tiene resultados funestos en la distribución del ingreso, cuando los CEO de estas empresas recibieron en el 2015 una remuneración 340 veces mayor al salario promedio de sus empleados.
En conclusión, El valor de todas las cosas es un libro realmente importante, que explica las causas de las aterradoras desigualdades (en y entre los países), que cuestiona los fundamentos de la teoría económica prevaleciente, y pone de presente el valor de la innovación y la tecnología en el progreso, pero sugiere que las escogencias que haga la sociedad deben ser guiadas por los valores que se tengan, los cuales no nos los pueden dar ni la ciencia ni la tecnología (On the Future Prospects for Humanity, de Martin Rees).
El libro, termina ‘en punta’ (¿quizá con la intención de escribir un nuevo texto?, ya que concluye esbozando, de forma tentativa, los cambios que se deben introducir para salvar las economías de mercado. Entre ellos juega un papel crucial: (i) revivir una teoría del valor, como concepto central de la discusión económica, abandonando al ‘precio’ como único indicador de valor y la visión equivocada de que “el valor es creado en el sector privado y redistribuido por el sector público”; (ii) modificar la gobernabilidad de las empresas y reconocer que limitarse a maximizar el valor de los accionistas con un horizonte trimestral, dejando de lado a otros actores en la creación de valor (empleados y el Estado), sin una visión del valor en el largo plazo, es una fórmula suicida; (iii) transformar al Estado en un activo participante, que coadyuva al sector privado y reconocer su verdadero papel en la creación de valor al crear mercados, financiar la investigación básica de alto riesgo, etc., y el hecho de que se ignoran “las contribuciones colectivas a la creación de riqueza, de manera tal que la extracción de valor no pase por creación de valor”, volviendo a la distinción entre utilidades y rentas, y (iv) abandonar la fe ciega en los beneficios de los mercados y la captura del Estado que ha llevado a políticas fiscales regresivas que han contribuido a exacerbar las desigualdades en la distribución del ingreso. Mazzucato hace un llamado poderoso por una economía que lleve a un futuro mejor para todos. Es difícil hacer justicia a un libro que toca tantos temas importantes y no hay sustituto a leerlo. Más lectura y menos texting.
Fernando Montes Negret