El método científico favorece la maduración de las ideas en conocimiento, es decir, aporta más innovación, mayor prosperidad y a la vez refuerza las libertades individuales en las que se basa. El método científico –el ejercicio del sentido crítico para comprender los hechos– y las ideas son, por tanto, las dos variables fundamentales para la producción y difusión del conocimiento. El método científico sin ideas es de poca utilidad, y viceversa, las ideas sin el instrumento de la ciencia no solo son de poca utilidad, sino que incluso pueden llegar a ser peligrosas. Exactamente, lo que estamos registrando en esta compleja fase histórica: una proliferación de ideas vaciadas de cualquier tipo de validación científica. Es decir, sin atención a los resultados experimentales.
Sin conocimientos evolucionamos mucho más lentamente, suponiendo que lográramos hacerlo. Las normas separadas del método de experimentación terminan por contrarrestar la coexistencia entre ciudadanos, restringiendo sus libertades. Nos cerramos en lugar de abrirnos. Bye Bye sociedad abierta.
No se trata solo de un problema europeo, sino que afecta a muchas regiones del mundo. Demasiados ciudadanos rechazan la ciencia porque tienen miedo de enfrentarse a la complejidad por medio del trabajo lento y articulado del método experimental. Prefieren confiar en las fórmulas mágicas de la brujería contemporánea, que se manifiesta con el retorno del autoritarismo y del populismo revisitados. La ilusión de poder resolver los problemas, rápido y sin la fatiga, del conflicto democrático tranquiliza los ánimos en un primer momento, pero inevitablemente sigue siendo una ilusión que hace retroceder.
¿Se trata de un nuevo oscurantismo? Sí, quizás, y como suele repetirse cíclicamente, estamos volviendo a una oscura fase histórica: a la razón preferimos los atajos de las promesas que evocan un mundo ideal en contraste con la realidad de las cosas. En la práctica, es un rechazo total del método experimental porque se manifiesta en muchas áreas de la acción humana, incluyendo la ciencia misma, pero también en el mercado, el trabajo y, sobre todo, en la política.
No se debate más. Paradójicamente, los espacios de confrontación se han reducido. Deberían haber aumentado con el advenimiento de los medios sociales. Pero no es así. Estos dan la ilusión de una nueva ágora de confrontación. En cambio, son simplemente espacios para la afirmación de verdades tranquilizadoras. La investigación en este campo, aunque escasa, muestra que en las redes sociales se refuerzan los prejuicios y se multiplican exponencialmente las distancias. No se practica el pensamiento crítico. Por el contrario, los espacios de conflicto democrático están desapareciendo. Hay muchas razones para ello. Sin duda, la primera es la complejidad de los problemas a los que nos enfrentamos (automatización, inteligencia artificial, genética, etc.) en una fase de cambio histórico tan rápido como difícil en un contexto global. Mientras que los interlocutores con los que confrontarse se multiplican pidiendo participación, la globalización se utiliza como oportunidad para el conformismo elitista que separa cada vez más a los poderosos de los ciudadanos individuales.
Mirando a nuestro alrededor, descubrimos que además de los parlamentos, tampoco funcionan las principales instituciones internacionales, así como los lugares tradicionales de activación del debate público (ONU, OMS, G20). Las empresas, consideremos el caso del sector alimentario o el medioambiental, sucumben a las imposiciones emocionales de hechiceros de todo tipo, por miedo a perder al consumidor (la obsesión comercial por las etiquetas ‘sin’ es un ejemplo). Se dice que el consumidor está cada vez más informado y que siempre es más exigente. ¿Pero es cierto esto? ¿Dónde encuentra la información?, ¿Puede procesarla, o solo se le informa sobre lo que se quiere que crea, exigiendo nada más que lo que resulta conveniente para grandes organizaciones o grupos de élite y de clientela?
Muchos hombres de ciencia (más de nombre que de hecho) utilizan el método científico no como una herramienta crítica para avanzar el conocimiento (falsificación), sino como mecanismo de confirmación (propaganda) de las normas existentes en torno a las cuales se fundan las comunidades pseudocientíficas y los intereses de poder. Esto para las ciencias naturales y las sociales. Y es justamente de esta manera que se explican dos errores contrapuestos. Por un lado, el sectarismo ideológico de muchos científicos que deciden contribuir a la política: promueven ideas fijas y tranquilizadoras, a la vez que niegan cualquier cosa que pueda cuestionar los resultados de la ciencia viva. Por otro, la falta de compromiso político de muchos científicos que separan la actividad científica de su interés por la realidad cotidiana, renunciando a la resolución de problemas de convivencia y dejándolos así en manos de los politicastros.
¿Qué podemos hacer? Tenemos que interesarnos por las condiciones de la sociedad. Estimular el debate promoviendo el método experimental a partir de las escuelas (donde siempre ha estado ausente, por razones culturales aferradas a lo religioso e ideológico).
Tenemos que participar en el discurso público, aplicando el método de la ciencia. Tenemos que conectarnos explícitamente con todas las personas que tienen la intención de hacer l+o mismo en público. Tenemos que explicar que los ritmos y la sustancia de la vida real son muy diferentes a los de los medios de comunicación y del mundo virtual. Es tarea de nosotros, quienes creemos en el método liberal, político y cultural al mismo tiempo. Es indispensable para catalizar el mejor funcionamiento de la convivencia democrática de ciudadanos conscientes. Si no nos comprometemos, corremos el riesgo de que la oscuridad nos absorba.
Pietro Paganini
Temple Unviersity of Philadelphia, John Cabot University, Competere.eu