En materia económica, el personaje del año es el comercio internacional, por la guerra desatada por Trump: “Las guerras comerciales son buenas y fáciles de ganar”, fue su grito de combate. A él no le cuadra en su cabeza el hecho de que siendo EE. UU. la economía más grande del mundo, tenga el mayor déficit comercial. Su explicación ha sido que, siendo la economía más abierta, el resto del mundo ha abusado de su país con barreras comerciales elevadas. Y se queja de que el tribunal de justicia de la OMC siempre decide en su contra en las disputas comerciales.
Con ese diagnóstico emprendió la tarea de nivelar el terreno de juego utilizando su exceso de fuerza. Primero negoció con Corea: modificó el TLC para poder exportar vehículos con las normas de seguridad gringa, y obtuvo concesiones en propiedad intelectual para la industria farmacéutica. Luego negoció cuotas de exportación de acero y aluminio con cuatro países, y al resto del globo le aumentó el arancel. Después de múltiples amenazas de retirarse del acuerdo con Canadá y México, de no aceptar sus demandas extravagantes, concilió con ellos a cambio de un salario mínimo para la fabricación de vehículos y concesiones para la industria farmacéutica, principalmente.
Con la Unión Europea, Trump pactó una tregua: a cambio del compromiso de que le compraran más soja y negociar una reducción de aranceles, la exceptuó temporalmente del alza del arancel al 25 por ciento para los vehículos, que hoy se cocina bajo el amparo de la protección de la seguridad nacional.
Trump ha señalado a China como un país rival que “amenaza sus intereses, su economía y sus valores”. No solo se queja de sus elevados aranceles (negociados con el resto del mundo), sino que la acusa de robarse la propiedad intelectual. Según las autoridades, este robo se efectúa mediante contratos forzados de transferencia de tecnología a precios que no son de mercado, a cambio de tener acceso a un mercado de 1,3 billones de personas – y también mediante hackeo–.
La OMC ha sido otro campo de batalla. Estados Unidos se ha opuesto a llenar las vacantes de los jueces de última instancia en la solución de disputas; hoy solo hay 3 de 7 jueces. Para finales del 2019 solo habrá 2 jueces, y con ello se paralizará el mecanismo de solución de diferencias. Ya se estableció en la OMC el tribunal de primera instancia para tratar la demanda de 9 países contra EE. UU. por los aranceles supuestamente ilegales del acero y del aluminio. Estados Unidos ha manifestado que la OMC no es competente para juzgar sobre la legalidad de una medida restrictiva al comercio impuesta al amparo de la seguridad nacional. Si los árbitros determinan que con solo invocar la seguridad nacional se pueden imponer medidas restrictivas, hieren a la OMC; si se consideran competentes para juzgar si la medida es necesaria para proteger la seguridad nacional, lo más probable es que EE. UU. decida retirarse de la OMC (ya existe un texto en borrador).
En una guerra comercial todas las partes pierden: las importaciones se encarecen y con ello pierden los consumidores finales y los de insumos, las cadenas de suministro se alteran y las decisiones de inversión se aplazan. Las retaliaciones a EE. UU. apuntaron al comercio de los territorios donde Trump es fuerte electoralmente, y coadyuvaron a que perdiera las mayorías en la Cámara.
“Las guerras comerciales son malas y fáciles de perder”, le contestaron los europeos al presidente Trump. Estados Unidos seguirá teniendo un gran déficit comercial, mientras gaste más de lo que produce.
Diego Prieto Uribe
Experto en comercio exterior
priediego@gmail.com