Después de disfrutar por casi cinco años de precios rentables del café, hoy están cerca de romper la barrera psicológica de los 700.000 pesos por carga, la cual representa para algunos estar vendiendo el grano por debajo de los costos de producción.
La situación la explica el declive en la cotización en bolsas del café en los mercados internacionales y la revaluación del peso. La caída de las bolsas de Nueva York y Londres refleja la situación de sobreoferta que perciben los compradores, resultado del incremento en la producción en el mundo. En particular, los precios bajos anticipan una cosecha récord en Brasil y el incremento de la producción de otros orígenes. Nada atípico en un ciclo de productos básicos que responde con aumentos de producción al alza de los precios. La oferta de hoy es el fruto de los buenos precios del café entre el 2011 y el 2014.
Ante esta situación de sobreoferta es poco lo que se puede hacer. El Gerente General de la Federación viene promoviendo una retención de 5 por ciento en la exportación de café de todos los países productores. Este tipo de ideas, suenan muy bien y son aplaudidas por la galería, pero, en la práctica, no resisten un análisis serio desde el punto de vista económico y son poco factibles de implementarse.
En 1993, en la oficina de asesores del Gobierno Nacional en Asuntos Cafeteros, presentamos un documento a los representantes del Gobierno ante el Comité Nacional de Cafeteros, que analizaba la viabilidad de participar en la formación de un cartel de productores que limitara la oferta del grano y aumentara los precios. El documento presentaba, de manera exhaustiva, la fragilidad del esquema y señalaba que la experiencia histórica había demostrado que sin la participación de los países consumidores era imposible mantener la disciplina entre los productores. Se analizaba, a través de algunos escenarios de teoría de juegos, cómo los países tenían un claro incentivo a la violación individual del acuerdo. Por último, indicaba que el mal funcionamiento del cartel terminaría por darle más espacio a la consolidación y el aumento de participación de los países competidores del café colombiano, sin incrementos notables del precio internacional.
La propuesta del cartel es hoy más anacrónica que hace 25 años, pues desconoce las nuevas realidades institucionales y del mercado. En particular, ignora los compromisos adquiridos en el marco de la OMC y los acuerdos comerciales que ha venido adquiriendo Colombia en los últimos años. Pretender que una iniciativa como esta va a tener algún éxito en la OIC, cuando la salida de EE. UU. deja a este organismo a un paso de su liquidación, es desafortunado.
Cualquier limitación en el corto plazo en la exportación del café, la terminaran pagando los productores. A corto plazo, el costoso esquema de retener, almacenar y financiar ese inventario se le descontará al cafetero vía precio. Más adelante, cuando esos cafés envejecidos sean de nuevo puestos a la venta en el mercado nacional o internacional, a grandes descuentos, competirán contra sus propios subproductos frescos.
La situación del mercado internacional es delicada y, sin duda, amerita explorar salidas reales a una crisis que se ve venir para el sector cafetero. No hay que perder tiempo buscando al ahogado río arriba en los intentos fallidos de hace 25 años.
Felipe Robayo
Consultor