Esta frase titulaba la clásica canción de Silvio Rodríguez que hablaba del mítico unicornio que dejó pastando y se perdió.
Hoy en la era de la economía digital se utiliza el término “unicornio” para referirse a las compañías que, basadas en desarrollos tecnológicos, crecen rápidamente alcanzando una valoración de US$1.000 millones, para posteriormente ingresar al mercado de valores.
Pero esta meta de alcanzar un valor estimado no es el mayor reto de estas industrias, su crecimiento, más allá de “mítico”, debe ir acompañado de un conjunto de medidas que aseguren no solo su éxito, sino también su permanencia.
Como cualquier empresa su fin será el de generar utilidades y ser rentable, pero a la vez, garantizar el cumplimiento legal y comercial, satisfacer al consumidor, fidelizar sus clientes, lograr su función social y gozar de la protección y seguridad jurídica del Estado a través de los derechos a la libertad económica, la libre competencia, la libertad de empresa, entre otras.
Según Business Insider, en el 2017 más de 10 compañías que lograron un capital de US$1.700 millones se fueron a la quiebra, por lo que solo el aparente crecimiento económico no es garantía a mediano o largo plazo.
Los fondos de inversión apuestan fuertemente por estas compañías, pero también han entendido que su permanencia, ante su acelerado crecimiento, dependerá de variables regulatorias, satisfacción del cliente, protección del consumidor, supervivencia de su apertura al mercado de valores, y otras condiciones que las empresas clásicamente concebidas han logrado sortear para convertirse en negocios rentables y sólidos.
Para el mes de abril de 2019, The Economist reportó que una docena de “unicornios” listados en bolsa acumulaban pérdidas cercanas a los US$14 billones.
Los retos de los unicornios son muchos, su expansión acelerada en busca de posición de mercado sacrifica la planeación con miras a obtener un rápido margen, esto hace que algunas carezcan de economías de escala, a su turno, las presiones regulatorias y su inobservancia pueden desincentivar su crecimiento, mientras que los inversionistas miran con cautela el adquirirlas a tiempo para no perecer en las bolsas de valores.
Es cierto que nadie en su momento imaginó la regulación de internet, pero tras su auge las normas en materia de comercio electrónico se fortalecieron, en este caso el acompañamiento de las autoridades contribuyó al crecimiento de estas empresas al proteger a los consumidores favoreciendo la satisfacción y confianza de los clientes.
Hoy hay reacciones en otras jurisdicciones como la Unión Europea en dónde se habla de impuestos digitales y la fuerte protección de datos personales y su manejo, como derecho, así como activo.
Todos estos desarrollos son beneficiosos, los unicornios promueven la libre competencia y rompen monopolios como los que se critican a los motores de búsqueda y otros negocios tecnológicos.
Las herramientas regulatorias con ejercicios como las areneras (sandboxes) pueden ser interesantes para generar confianza en el consumidor y atraer a clientes cada vez más promiscuos y volátiles en la era de la economía digital, lo que complementa un marco regulatorio de vanguardia en el ámbito nacional que ya cuenta con una Ley de Comercio Electrónico (1999), un Estatuto del Consumidor (2011), una Ley de Protección de Datos (2012), y una Ley Naranja (2017). Es el momento de crecer y desarrollar, pero no solo de pastar.
Andrés Barreto González
Superintendente Industria y Comercio
superintendente@sic.gov.co