Después de las elecciones del año pasado en Alemania, quedo claro que no habría mayorías claras y que los dos partidos tradicionales (el demócrata cristiano, CDU, de la canciller Merkel, y el social demócrata, SPD habrían perdido respaldo electoral. Los dos partidos formaban el gobierno hasta dichas elecciones, bajo la llamada ‘Gran Coalición’. El voto de protesta había crecido rechazando el establecimiento y el gobierno representado por ellos.
Lo que más preocupó a los analistas nacionales y extranjeros era que mientras los partidos de Gobierno perdían casi 15 por ciento, la extrema derecha había ganado 8 por ciento del voto popular. Con esa constelación, los partidos de extrema derecha e izquierda representan hoy el 20 por ciento del parlamento de Alemania. Una señal de alerta.
Los social demócratas habían decidido ir a la oposición y se buscaba formar un nuevo gobierno con una coalición tripartita del partido de la Canciller, los liberales de la FDP y el partido ambientalista de los verdes. Las diferencias entre estos grupos llevó al fracaso de la pretensión de armar esta novedosa alianza, y después de varios meses de tensas negociaciones, el partido liberal declaró que no seguía en el proceso. A pesar de la popularidad interna y externa de la que goza la Merkel, inició un tiempo de crisis e incertidumbre para la formación de un nuevo gobierno. Las opciones eran dos: llamar a nuevas elecciones, o volver al esquema de la ‘Gran Coalición’ entre conservadores y social demócratas. En especial estos últimos, que habían venido perdiendo fuerza desde que hacen parte como socio minoritario del gobierno alemán, se vieron en una encrucijada.
Después de cambios en el liderazgo de la SPD y varias semanas de negociaciones, efectivamente se formó de nuevo un gobierno de la coalición anterior. Y si bien eso eliminó la posibilidad de una crisis en el corto plazo, deja muchas dudas sobre el futuro a mediano plazo. Nadie niega que Alemania y su canciller han sido garantía de estabilidad y serenidad en un mundo de cambios hacia el populismo. También ha estado claro que el liderazgo de Merkel ha ayudado a ‘apagar incendios’, en especial durante la crisis de la deuda de Grecia y su peligro para la zona del euro. Pero, Alemania no ha sido ajena al populismo y el antiglobalismo de quienes se han sentido excluidos de los beneficios del liberalismo económico de las últimas décadas.
Y de ahí nace el peligro de este nuevo/viejo gobierno. Es muy probable que el desgaste que ya se vio en las últimas elecciones, también le presente la factura a esta administración. La tendencia antiinmigración y xenofóbica que llevó a que la extrema derecha tuviera casi el 13 por ciento de la votación, bien puede seguir en rechazo al gobierno del ‘establecimiento’ y resultó en la crisis interna de los partidos que apoyan a Merkel (en este caso dentro de la llamada ‘Unión’ del CDU y su socio menor, la CSU, de Baviera). Al final, hubo un acuerdo para el rechazo y la devolución de inmigrantes que ya habían pasado por otro país europeo.
Esto parece ser solo el comienzo de la inestabilidad, y, si bien, se puede rechazar la lógica de haber formado un gobierno de los partidos que perdieron más votos, muchos le desean éxitos a esta administración para evitar el resurgimiento populista. Pero, nada garantiza que tendencias extremistas puedan recibir cada vez mayor respaldo también en esta bastión económica.
Rafael Herz
Vicepresidente Ejecutivo de la ACP