El riesgo de naufragio de la Ley de Financiamiento nos ubica en un escenario de incertidumbre. Los sectores productivos estamos a la expectativa, pues la situación no solo genera inestabilidad en las reglas de juego, sino también simboliza la posibilidad de perder lo ganado para la industria colombiana.
Desde el sector gastronómico, representado por la Asociación Colombiana de la Industria Gastronómica (Acodrés), que aporta 4 puntos del PIB nacional y genera un millón y medio de puestos de trabajo, nos interesamos por abogar y promover temas como el impuesto simple, uno de los instrumentos aprobados en la Ley de Financiamiento.
El impuesto simple es un facilitador de la competencia leal. Permite iniciar un negocio en la sana y necesaria cultura tributaria y propone pagar sobre la autoliquidación mensual de ventas, un porcentaje justo en retribución a la sociedad. Ubica en el plano de los negocios realizados sobre la mesa a más colombianos, y por ende, estimula a quien ya se encuentra en rutas de formalidad empresarial a seguir por el camino de la generación de empleos dignos y de la reinversión constante de recursos.
No obstante, la existencia de este impuesto podría estar en riesgo por la posible decisión de la Corte Constitucional de derogar la Ley de Financiamiento, lo cual traería problemas a nuestra industria.
Actualmente, la mayor amenaza del sector gastronómico en el país la identificamos desde Acodrés en la competencia desleal. Los incentivos a la informalidad son mayores a los que invitan a ser formal. La expansión de los negocios de mera supervivencia va en detrimento a la activación y sostenibilidad de las empresas.
Lo anterior, limita a los colombianos de encontrar un trabajo digno y además los somete a la inclemencia de la nueva guerra del centavo, planteada en semáforos, andenes y plataformas electrónicas. Con el impuesto simple (y la manera como quedó establecido en la Ley de Financiamiento) vimos un camino accesible para quienes, desde la informalidad, buscan alcanzar un modelo de empresa práctico, no oneroso y justo con sus condiciones de crecimiento a través de una actividad comercial, desarrollada sobre la infraestructura pública urbana.
La posibilidad de implementar una cultura de tributación en los negocios informales la consideramos como un elemento esencial para transformar al emprendimiento en empresa, paso que redunda a favor de la iniciativa privada y del trabajo digno, características propias de una sociedad que asume una ruta seria de desarrollo económico y social. Si bien concebimos a la informalidad como una condición necesaria que permite a todo ciudadano empezar un negocio, consideramos que el punto crítico está en si la sociedad incentiva que evolucione hasta el punto de convertirse en empresa, o si lo condena a estancarse en una fase de mera supervivencia.
Este estancamiento es lo realmente nocivo para la economía del país. No es satanizando la informalidad como logramos superarla, sino reconociéndola como parte del proceso de aprendizaje para permitir que sea creciente el número de emprendimientos que cumplen el propósito de entrar a un plano de competencia leal. Vemos en el impuesto simple la herramienta ideal para este propósito.
De hecho, la industria que represento, en la mayoría de los casos, se originó en negocios informales y ha tenido que recorrer un largo sendero para alcanzar condiciones de formalidad, como pasa en muchos sectores. El asunto es que el país debe proveer estímulos que le permitan al emprendedor llegar a un modelo de empresa formal y ser parte de un ámbito de competencia leal, para que el sector del que es parte pueda crecer en su conjunto.
Una de las más valiosas cualidades del sector gastronómico tiene que ver con el estrecho vínculo que hay entre trabajadores y empresarios. La alta exigencia que demanda la generación de un óptimo servicio al cliente, pone en el mismo terreno de dedicación a propietarios y empleados. Por eso, la recompensa que recibe la cadena de servicio por cuenta de las propinas, hace consciente a ambos de lo rentable que es garantizar al cliente la satisfacción de su expectativa.
Esta cercana relación hace que el centro de las empresas de la industria sea el talento humano y su adecuado desarrollo. El alto peso del servicio en los beneficios que percibe la industria no nos abre otra posibilidad y por ello creemos profundamente que todo colombiano merece la oportunidad de ser parte de empresas que le ayudan a crecer y le brinden garantías de seguridad social para su desempeño y el provenir de su familia.
No pasa lo mismo con el vendedor informal, quien normalmente no es el dueño del negocio como tendemos a creerlo. Sometido a las inclemencias del clima, sin posibilidad de dar garantías de salud y de servicio a sus clientes, y arañando ingresos sin oportunidades de crecer y formarse para llegar a ser empresario, la informalidad termina siendo una trampa de condiciones indignas que sostiene una mentalidad de pobreza y estanca a un sinnúmero de colombianos en una lucha de alto sacrificio y nula recompensa.
El impuesto simple también es importante porque facilita la tributación, lo que permite formalizar y generar empleo en el país. El sector gastronómico se está proyectando con gran fuerza en la economía nacional para seguir siendo una industria clave en la generación de legalidad, empleo y equidad. Por este motivo, hablar –en la coyuntura de la Ley de Financiamiento– sobre los efectos que tendríamos al perder el impuesto simple, es fundamental en el propósito de controlar la informalidad como alternativa de desarrollo económico y social con crecimiento para Colombia.
Guillermo Henrique Gómez Paris
Presidente Ejecutivo Nacional Asociación Colombiana de la Industria Gastronómica (Acodrés)