Con motivo de la salida de mi familia de Chile, inmediatamente después de la elección de Salvador Allende, pedí prestada una cámara fotográfica a un buen amigo para así llevarme unas buenas fotos de mi querido país.
Le pedí que me diera las instrucciones básicas para manejar la cámara y fue amor a primera vista. Sentí que la fotografía podía ser, no solo una forma de ayuda memoria de gratos lugares y momentos, sino una forma de expresión personal para mostrarle a otros lo que yo veo.
Logré, a finales de 1970, hacerme a una cámara y comenzó el romance. A principios del año siguiente me trasladé a vivir en Bogotá y, durante el tiempo que estuve en la universidad, dediqué una parte de mi tiempo libre a fotografiar cuanto pude de Colombia y también al retrato personal, particularmente a las fotos que los bachilleres ponían en sus anuarios colegiales. Tenía, con un amigo, un cuarto oscuro donde revelábamos los rollos de 35mm y ampliábamos las fotos, que eran exclusivamente en blanco y negro.
Después vinieron los compromisos de trabajo y la vida familiar y, durante muchos años la fotografía pasó a ser un amor dormido por falta de tiempo. Mi actividad fotográfica se limitó a la foto familiar y a las fotos de paseos.
Una vez dejé mis actividades profesionales, me reencontré con la pasión por la fotografía. Dediqué mucho tiempo a estudiarla y a conocer este nuevo mundo digital en una excelente academia de artes visuales que desafortunadamente ya no existe.
De alguna manera, lo que estaba haciendo era reinventarme para la siguiente etapa de mi vida.
Todo esto lo hacía en condición de aficionado aunque ocasionalmente, muy ocasionalmente, vendí una que otra foto impresa para que fuese exhibida en algún hogar u oficina. Pero eso no me hacía un fotógrafo profesional. Era, tan solo, un apasionado fotógrafo.
Hace unos meses, una amiga que dirige unas charlas de tipo netamente cultural, me solicitó hacer un trabajo fotográfico para ilustrar la página web de su nueva actividad profesional. Era necesario ilustrar con fotografías una sesión de estas charlas dirigidas de contenido literario.
Alisté mi equipo y llegué puntualmente a las cinco y media a la reunión. Mi amiga me presentó a las señoras ahí presentes como “Paul, un amigo con quien trabajamos muchos años en la actividad bursátil”. Poco a poco fueron llegando las demás señoras y, mientras yo tomaba las fotos del grupo en sus discusiones literarias, un elegante mesero ofrecía vinos de varios colores y otras bebidas, además de cositas para picar mientras pasaban más tarde a la mesa del comedor que ya estaba perfectamente dispuesta.
A la hora y media de haber comenzado a fotografiar consideré que ya tenía suficiente ilustración, empaqué mis lentes y cámara y me despedí agitando mi mano solamente, para no interrumpir las conversaciones de las señoras.
Muy amablemente, la dueña de casa, que no era mi amiga, se levantó para acompañarme a la salida y, con toda la amabilidad característica de una elegante ama de casa me dijo “señor, ¿usted no quiere comer algo antes de irse?”. En ese glorioso momento sentí que por fin había logrado convertirme en un fotógrafo profesional.
Paul Weiss Salas
Experto en inversiones bursátiles
paulweisss@yahoo.com