La buena noticia es que las exportaciones mantienen un ritmo de crecimiento saludable en lo que va del 2018. Tal como lo reportó el Dane este lunes, las ventas externas del país en dólares aumentaron por encima del 16 por ciento en julio, superando ligeramente los cálculos de los analistas. En el acumulado de los primeros siete meses, la suma va en 24.097 millones de dólares, con lo cual todas las señales apuntan a que se dejará atrás cómodamente el guarismo del año pasado.
No obstante, el lunar es que esa expansión es por cuenta, primordialmente, del capítulo de combustibles y minería. Para ponerlo en blanco y negro, 61 por ciento del dato mensual en cuestión le corresponde a las industrias extractivas, mientras que las manufacturas explican menos de una quinta parte y la agricultura, apenas una sexta.
Lo anterior muestra que los esfuerzos de diversificación no han tenido lugar, al menos en la proporción que desearían quienes saben del asunto. Todavía somos una nación concentrada en la venta de bienes primarios con un escaso grado de transformación.
Hay razones puntuales que hacen más complejo el panorama. En lo que atañe a los alimentos, la descolgada en los precios del café actúa como un lastre, pues hay un decrecimiento de más del 11 por ciento. Las bajas cotizaciones del azúcar tampoco ayudan, pues la facturación disminuyó 25 por ciento.
Por su parte, el ramo fabril está lleno de luces y sombras. Es cierto que en el acumulado hay un alza del 15 por ciento, que no es despreciable. Aun así, se presentan altibajos notorios, mientras que el ferroníquel es responsable de una tercera parte de esa mejoría. Dado el carácter volátil de los precios del compuesto, es mejor no cantar victoria todavía.
En conclusión, el reto de buscar más mercados y ampliar el abanico de productos sigue presente. No hay duda de que en medio de las presiones proteccionistas, Colombia se puede dar por bien servida. Pero eso es diferente a olvidar los retos que siguen vigentes.
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@ravilapinto