A medida que continúan las escaramuzas en desarrollo de la guerra comercial que inició la administración Trump hace tres meses, es claro que los países afectados por las decisiones unilaterales de Estados Unidos han llegado a la conclusión de que la mejor forma de alcanzar un acuerdo con el Tío Sam es presionarlo de la misma manera. Más allá de que vengan demandas ante la Organización Mundial de Comercio, las respuestas inmediatas son de otra índole.
En general, todos los aumentos en aranceles adoptados por México, Canadá, China y la Unión Europea, apuntan a afectar aquellas zonas en las cuales el mandatario es fuerte políticamente. Con elecciones legislativas a la vuelta de la esquina, resulta de Perogrullo concluir que el Partido Republicano no quisiera arriesgarse más a perder la mayoría con que cuenta en la Cámara de Representantes y el Senado. Y es que las encuestas sugieren que los demócratas podrían voltear la torta, algo que limitaría fuertemente el margen de maniobra del actual inquilino de la Casa Blanca.
Para citar un caso concreto, tanto chinos como mexicanos les impusieron barreras a la soya y a los concentrados animales de origen estadounidense. Perder el acceso a dos mercados clave –que podrían ser surtidos por Argentina, Brasil o los canadienses– afectaría la calidad de vida de cientos de miles de granjeros, cuya productividad es bien elevada.
Dicha eventualidad puede llevar a los cultivadores de Iowa, Wisconsin, Missouri o Indiana a darle la espalda a Trump. Y es que una cosa es la retórica nacionalista que cae bien en las zonas rurales y otra que le toquen el bolsillo a los ciudadanos, que ven que eso de la globalización es de doble vía.
Aunque Colombia ha preferido manejar el asunto con diplomacia, debería tomar nota de lo sucedido. A fin de cuentas, somos grandes importadores de cereales y etanol, una de las razones por la cual nuestra balanza comercial es deficitaria. Para decirlo con franqueza, aquí también tenemos cartas en la manga.