Para nadie es desconocido que los vientos que soplan en materia económica por América Latina desde hace un tiempo, no son los más favorables. Apenas en el 2017 la región volverá a mostrar un tímido crecimiento tan solo superior al 1 por ciento, tras dos años consecutivos de cifras en rojo.
Las consecuencias de tan pobre desempeño son múltiples. Pero ninguna es tan impactante como la del costo social que deja la recesión, que usualmente viene acompañada de mayores tasas de desempleo.
Así lo dejó en claro la Cepal ayer, al reportar desde México sus cálculos más recientes al respecto. De acuerdo con el organismo adscrito a Naciones Unidas, la pobreza en los países del área subió en más de dos puntos porcentuales entre el 2014 y el 2016, al pasar de 28,5 a 30,7 por ciento. En números absolutos eso quiere decir que la cantidad de personas en esa condición subió de 168 a 186 millones, en el periodo referido.
Las cifras a nivel de países individuales todavía no se conocen, pero los observadores coinciden en que el gran retroceso habría sido el de Brasil, sin desconocer la tragedia humanitaria de Venezuela. A fin de cuentas, el gigante suramericano experimentó un verdadero frenazo en el que la crisis política tuvo una cuota de responsabilidad. Nuestro vecino, a su vez, ha preferido no publicar estadísticas desde hace rato, tapando el sol con las manos.
Por su parte, Colombia no sale tan mal parada en las comparaciones. De acuerdo con la más reciente medición del Dane, estamos más de dos puntos por debajo del promedio latinoamericano en lo que atañe a la pobreza. Si se tiene en cuenta que al comenzar el siglo nos encontrábamos cinco puntos por encima de la media regional, bien se puede afirmar que estamos mejor de nuestros pares.
Ahora el desafío es no dar marcha atrás. La experiencia de los países en problemas sirve para demostrar que la falta de dinámica en la actividad productiva pasa una cuenta de cobro. Ojalá en nuestro caso no sea elevada.