La noticia es buena y la entregó el propio Fondo Monetario Internacional. Ayer en Washington, el organismo multilateral elevó de manera importante sus proyecciones de crecimiento sobre América Latina, haciendo caso omiso del lastre que significa Venezuela.
Y es que el drama del país vecino continúa: tras una caída del 16,5 y 14 por ciento, respectivamente, en el 2016 y el 2017, las perspectivas para este año apuntan a un nuevo retroceso del 15 por ciento en el Producto Interno Bruto. La descolgada es de tal tamaño y baja el promedio regional de tal manera, que el FMI prefirió hacer la distinción.
Eso quiere decir que en el 2018, la expansión de la economía regional –sacando de las cuentas a la bolivariana– llegaría a 2,5 por ciento, mientras que para el 2019 subiría a 2,8 por ciento. En general, las naciones grandes acelerarían su ritmo, aunque a América Central tampoco le iría nada mal en el bienio.
Las perspectivas de Colombia mejoran igualmente. El Producto Interno Bruto aumentaría 3 por ciento este año, por encima de los cálculos oficiales, mientras que en el que viene subiríamos a 3,6 por ciento, que es una cifra aceptable.
El motivo principal de la velocidad prevista es la mejora en aquello que los técnicos conocen como los términos de intercambio, debido a los precios más altos de los bienes que exporta Latinoamérica. El caso del petróleo es el más notorio, pero no es el único.
Y aunque un pronóstico más positivo es bienvenido, vuelve a ratificarse que el desempeño regional sigue atado a lo que les pase a los productos básicos en los mercados externos. Debido a ello, hay que tomar la noticia con moderación, pues las vulnerabilidades de siempre persisten.
Puesto de otra manera, sigue pendiente la tarea de diversificar más las exportaciones o vender artículos con más valor agregado. De lo contrario, los riesgos seguirán latentes, porque, como bien reza el dicho, todo lo que sube, baja.