Una nueva demostración sobre la importancia que tiene la política en la economía es la que está teniendo lugar en Italia. La designación de Giuseppe Conte, un profesor de 54 años sin experiencia en asuntos públicos, para que conforme un nuevo gobierno, tiene a los observadores con los pelos de punta.
El motivo es que quien sería el próximo primer ministro representa a la alianza de los dos partidos que resultaron triunfadores en las pasadas elecciones parlamentarias. Si bien ambas colectividades se encuentran en esquinas opuestas del espectro ideológico, algo que los une es su crítica a las instituciones europeas y la promesa de cambiar su relación con el bloque comunitario.
Uno de los temas que se ha discutido abiertamente es retirar a Italia del euro, lo cual inquieta profundamente a los inversionistas de diversas latitudes. Y es que detrás de ese debate se encuentra una economía cuyo desempeño solo puede calificarse de mediocre, la misma que respalda una deuda pública que es la cuarta más elevada del mundo.
Desconocer esas acreencias o entrar en una eventual moratoria sacudiría hasta los cimientos al Viejo Continente. Si en su momento las dificultades de Grecia se convirtieron en un dolor de cabeza, esta solo podría describirse como una verdadera migraña que amenaza la propia viabilidad del esquema de integración.
Como consecuencia, los márgenes de riesgo de los bonos italianos suben, mientras las acciones en la bolsa de Milán caen. Todavía no ha tenido lugar una estampida, si bien hay quienes buscan la puerta de salida.
En sus primeras declaraciones, Conte trató de enviar mensajes tranquilizadores, pero las dudas continúan. Su afirmación de que será el “abogado defensor” de los habitantes de la bota itálica puede caer bien entre un público que prefirió las opciones populistas. Lamentablemente, también cimenta las impresiones de que los tiempos que vienen no serán fáciles al otro lado del Atlántico.