El acto de firma del pacto de adhesión de Colombia a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (Ocde), sucedido en París en la mañana de ayer, sirvió para que el país pudiera sacar pecho ante la comunidad internacional. Haber superado el largo proceso es útil para distinguirse frente a aquellos que no forman parte del club de las buenas prácticas, sobre todo en la región.
Sin embargo, así seamos los terceros de América Latina en llegar a la Ocde –después de Chile y México–, vale la pena recordar que el número de postulantes de esta parte del mundo es considerable. Costa Rica, Argentina, Perú y Brasil se encuentran en fila, siendo los centroamericanos los más avanzados.
Por otra parte, del lado europeo Lituania también debería entrar pronto, tal como lo hizo Letonia en el 2016. Hay programas de cooperación en marcha con China, India, Indonesia y Suráfrica, mientras que la luz verde para la Federación Rusa se aplazó en el 2014, tras la invasión a Ucrania.
Todo lo anterior apunta a un grupo que se seguirá expandiendo y que adopta de manera más clara un carácter global. Así, un esquema que nació después de la Segunda Guerra Mundial, con el claro propósito de tender puentes entre las democracias de ambos lados del norte del Océano Atlántico, mira cada vez más hacia el sur y hacia el oriente. Habrá quien diga que esa ha sido la meta de su secretario general, el mexicano José Ángel Gurría, pero el resultado salta a la vista.
El riesgo, como sucede cuando se abre el abanico, es que la calidad del análisis decline y las presiones diplomáticas para que no se digan verdades incómodas aumenten. No obstante, un mayor énfasis en las economías emergentes es bienvenido, pues estas generan ahora más de la mitad del PIB del planeta, cerca de 15 puntos porcentuales más que hace un par de décadas.
En resumen, el mensaje es que el caso colombiano no será el único. Por eso vale la pena ratificar el texto de ayer cuanto antes.