El reporte elaborado por una entidad mexicana, respecto a las 50 ciudades más violentas del mundo, deja varias conclusiones a la vista. La primera es que Colombia sigue aminorando su presencia en este tipo de clasificaciones, pues en lugar de tres urbes en el 2017, pasó a dos en la presente oportunidad: Palmira en el puesto 27 y Cali en el 31. Cúcuta salió de un ránking que no tiene nada de honroso.
Lamentablemente, el panorama para América Latina es muy malo. Las cifras ubican a 42 poblaciones de la región entre el medio centenar con el mayor índice de homicidios por cada 100.000 habitantes. Si se agregan tres de Estados Unidos, Puerto Rico y Kingston (Jamaica), el total hemisférico llega a 47.
A decir verdad, para los estudiosos de asuntos relacionados con el crimen, nuestro pobre desempeño no tiene nada de sorpresivo. Desde hace tiempo se sabe que Latinoamérica es la zona del planeta en el cual más personas son asesinadas: con apenas el 8 por ciento de la población del planeta, somos responsables de algo más de la tercera parte de las muertes ocasionadas por heridas de bala o el uso de armas blancas.
La realidad, como es de imaginar, acaba siendo dinámica. Hoy por hoy, el peor balance de todos le corresponde a México, que tiene a 15 de sus ciudades en la lista, comenzando por cuatro entre las primeras cinco: Tijuana, Acapulco, Victoria y Juárez.
Brasil, a su vez, sale representado con 14 municipios. La diferencia es que el gigantes suramericano cuenta con una población que supera en 67 por ciento a la mexicana. Venezuela ocupa el tercer país, con seis localidades, entre las cuales Caracas es la de peores estadísticas, así no haya cifras oficiales.
Dentro del inquietante panorama, hay casos de mejoría llamativos. San Pedro Sula, en Honduras –que llegó a ser la más violenta del globo–, ahora está de 33, debido a que su índice de homicidios cayó 75 por ciento. Falta todavía mucho, pero ese ejemplo demuestra que se puede luchar contra el delito.