No deja de ser curioso que el físico más conocido del mundo desde Albert Einstein jamás haya recibido el premio nobel de la especialidad. Pero esa es apenas una de las notorias contradicciones que a lo largo de su vida caracterizaron a Stephen Hawking, el profesor británico cuya muerte ayer, a los 76 años de edad, generó todo tipo de reacciones a lo largo y ancho del planeta.
Y es que el autor de Breve historia del tiempo, el libro más vendido en la historia de la ciencia, llegó con sus palabras a millones de personas, a pesar de que había perdido la capacidad de hablar en 1985. Afectado por una esclerosis lateral amiotrófica, que le fue diagnosticada a los 22 años, estuvo la mayoría de su vida adulta confinado a una silla de ruedas. El avance de la tecnología le permitió comunicarse con los demás, pero no hay duda de que su historia de superación personal fue definitiva en la consolidación de su leyenda.
Sus colegas, sin embargo, le reconocen aportes invaluables. Lo que más le generó reconocimientos fueron sus investigaciones sobre los agujeros negros: concentraciones de materia tan densas que la luz no puede escapar de su fuerza gravitacional. Aparte de demostrar que no se trataba de un concepto extraño, sostuvo que estos jugaron un papel clave en el desarrollo del universo y que emitían radiación, lo cual los hacía visibles. Sin embargo, este planteamiento teórico probablemente nunca se demuestre, tal vez el motivo por el cual la academia sueca nunca le concedió su galardón anual.
No obstante, es indiscutible que Hawking no necesitaba una medalla de oro y un diploma para ser una verdadera celebridad. Alguien señaló que su verdadero legado es haber atraído a miles de mentes brillantes hacia su disciplina, con lo cual vendrán nuevos avances en el futuro, algunos de los cuales tendrán como base las teorías del académico de la Universidad de Cambridge. El mismo que a pesar de su inmovilidad pudo, a su manera, alcanzar las estrellas sin tocarlas.