Los optimistas dirán que la fotografía es mejor que la del año pasado. A su vez, los pesimistas señalarán que en meses recientes hay un deterioro incuestionable. Ambas apreciaciones son correctas, pero no hay duda de que el resultado del índice de confianza del consumidor, que elabora Fedesarrollo, dejó, en la medición de septiembre, un mal sabor.
El motivo central es que el indicador volvió a terreno negativo, tras superar el profundo bache del 2017. Después del pico registrado en junio, desde ese entonces han tenido lugar retrocesos sucesivos que muestran que el ánimo es menos bueno ahora. Todavía es muy temprano para hacer sonar las alarmas, aunque las luces de alerta cambiaron de color.
Para comenzar, hay una lectura más dura con respecto a las condiciones económicas actuales. A la pregunta sobre si “a su hogar” le está yendo mejor o peor que hace un año, las respuestas en favor de la segunda opción son mayoritarias. Puesto de otra forma, la valoración que hace la gente con respecto a su situación familiar o personal cayó de forma clara.
Como si eso no fuera suficiente, las expectativas tampoco van bien. Así, se redujo la cantidad de aquellos que opinan que a lo largo del futuro cercano vamos a tener buenos tiempos, con lo cual quedan de presente las inquietudes sobre el país. La única luz es que persiste la esperanza de que en doce meses vamos a estar mejor que ahora.
Todo lo anterior genera interrogantes con respecto al comportamiento de la demanda interna. Más allá de que ciertas estadísticas como las ventas de carros o cemento muestren una progresión, el asunto de fondo es si la raíz de esos retoños verdes será débil o no.
Para los especialistas, el anuncio de la llegada del paquete impositivo que acompañará la ley de financiamiento, que se deberá conocer esta semana, explica el deterioro en la confianza. Y si el apretón resulta ser de marca mayor, es probable que la tendencia anotada se ahonde. Por eso es que hay que prever las consecuencias de lo que viene.
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