Puede sonar a lugar común, pero no hay duda de que la muerte de Belisario Betancur cierra un capítulo irrepetible en la historia de Colombia. Para comenzar, porque fue el último humanista en llegar a la Presidencia de la República, algo que explica su insistencia en buscar una salida negociada al conflicto interno, la cual se convertiría en su mayor frustración.
Los menores de 40 años distinguen su gestión por cuenta de dos tragedias: la del Palacio de Justicia y la de Armero, una atribuible a la insensatez derivada del uso de las armas y otra resultado de la fuerza de la naturaleza. Quizás el dolor por las vidas perdidas y la eterna pregunta sobre si podría haber hecho las cosas de manera diferente, explican la inquebrantable decisión del exmandatario conservador de nunca más adentrarse en las aguas de la política.
Sea como sea, su administración tuvo varios hitos en el plano económico. Aparte del programa de casas sin cuota inicial, que ayudó a explicar su sorpresivo triunfo en las urnas, hay que destacar la pavorosa crisis financiera de 1982, tras la cual mejoró en forma sustancial la calidad de las normas y de la supervisión ejercida sobre los intermediarios financieros.
No menos importante acabó siendo un programa de ajuste que coincidió con el estallido de la bomba de la deuda externa, después de que México incumpliera con sus obligaciones. A diferencia de la mayor parte de América Latina, Colombia logró superar la prueba sin registrar una contracción económica, lo cual, eventualmente, le permitiría reabrir las puertas del crédito externo.
Entre las determinaciones polémicas que impulsó Betancur, estuvo la ampliación del espectro de acción del IVA, que se volvió plurifásico. Tal vez su mayor golpe de suerte consistió en el hallazgo petrolero de Caño Limón, el cual le permitió al país volver a ser exportador de crudo y dejar atrás su falta crónica de divisas.
Hecho como los anotados, muestran un balance de luces y sombras en el cual primó la ortodoxia en el manejo de la economía y el intento infructuoso de cambiar la historia, a cargo de un intelectual que volvió a los libros en la parte final de su vida.