Francis Fukuyama, el autor del libro El fin de la historia, 1992, proclamaba el triunfo del modelo capitalista y del sistema democrático en el mundo.
Solo tres años después, publicó Confianza: las virtudes sociales y la creación de prosperidad, en el cual reflexionaba sobre las debilidades del modelo liberal y de manera, a mi modo de ver, acertada, diagnosticaba cómo la confianza en una sociedad o la ausencia de esta determina, en gran medida, el éxito o el fracaso de la misma.
Observando lo que pasa en el mundo y en particular en Colombia, resultan muy pertinente estas consideraciones, pues vemos que se ha llegado a un momento en el que nadie cree en nada ni en nadie. Ante cualquier cuestionamiento sobre alguna persona, se parte siempre de la presunción de culpabilidad. Se rechaza la posibilidad de que se pueda actuar motivados por el idealismo o por una actitud filantrópica, y siempre se buscan motivaciones ocultas a todos los comportamientos.
Se parte de la idea de que cualquier político es corrupto por definición y cualquier empleado público es burócrata e ineficiente. Las actitudes de los empresarios son siempre sospechosas y tienen una sola motivación, el lucro, sin importarles sus consecuencias sobre la sociedad.
En fin, la lista podría ser interminable, y entre más se piensa en esto es más evidente que, sin poder confiar en las instituciones y en las personas, las posibilidades de progreso estarán cada vez más lejanas. Claro que hay razones de sobra para tener estos prejuicios. Basta leer los titulares de prensa o ver u oír cualquier noticiero para quedar abrumado por los comportamientos inaceptables de personas de toda índole. Pero no es menos cierto que en esto hay mucho de exageración.
La inmensa mayoría de colombianos son personas honradas, trabajadoras y que respetan unos valores y unas instituciones que, a pesar de todos nuestros problemas, nos han permitido avanzar.
De nuevo, como mencionaba en una columna anterior, las percepciones terminan haciendo mucho daño y, por eso, es muy importante hacer un esfuerzo permanente por mirar las cosas con objetividad, corroborar lo que se oye y se ve en los medios y en las redes sociales, y, en muchos casos, dar el beneficio de la duda antes de juzgar de manera implacable y rechazar todo y a todos, pues, al final, lo que estamos rechazando es la posibilidad de crecer como sociedad.
Un ejemplo, por solo ilustrar el tema, es el del nombramiento del fiscal Ad-hoc. Habían pasado solo unos minutos después del anuncio cuando ya proliferaban los cuestionamientos, críticas y afirmaciones descalificando los candidatos. ¿Contribuye en algo ese tipo de reacciones? ¿No sería mas sensato dejar que la terna llegue a la Corte y que sea esta, producto de un análisis serio, la que decida si la terna es apropiada? Pero claro, es que tampoco de confía en la Corte.
Desconfiar de todo es un camino facilista. Es más difícil formarse un juicio razonado para saber en qué y en quién confiar, pero es un camino necesario.