El precio del petróleo está cerca del punto de ebullición por la temperatura del riesgo geopolítico. Deplorable porque los recortes de la Opep desde enero del 2017 han conseguido reducir el exceso de inventarios, que están de nuevo en los niveles de hace cuatro años, antes de que su desborde precipitara la dramática caída de las cotizaciones.
Y en el mercado, el petróleo futuro cuesta más que el inmediato (backwardation), condición normal y buscada por el cartel. Y todo mientras la demanda mundial ha seguido su rumbo robusto. Hoy, se consumen 97 millones de barriles día y se pronostica un crecimiento del 1,2 por ciento este año.
El Brent, el precio que con un descuento rige para Colombia, ha aumentado 40% desde cuando comenzaron a operar los recortes de la Opep y sus asociados hace 15 meses.
Una exitosa demostración de disciplina de exportadores, sin que las ganancias del petróleo de esquistos hayan precipitado baja de precios. Este, contra los pronósticos, ha consolidado sus avances tecnológicos y se ha sobrepuesto a backwardation (lo opuesto lo favoreció en la época de las ‘vacas flacas’). Estados Unidos producirá casi 11 millones de barriles día este año (mmbd), cifra no vista en décadas. Se dice que a US$75 por barril la cuenca Pérmica alrededor de Texas alberga tanto crudo recuperable como la península de Arabia.
En el frente de la oferta hay otros lunares. El más dramático es Pdvesa, que colapsó. En el 2016 producía 2,65 mmbd, en marzo pasado solo 1,5. Perder el 40% sin catástrofe natural es inimaginable en la industria. Lo más probable es que a finales del 2018 no alcance a atender la demanda interna, crudo que no tiene como refinar, y sea un miembro de la Opep inexistente. La recuperación, cuando llegue, será lenta, así tenga las mayores reservas del mundo y consiga ayuda. En otros productores importantes se ha observado también declinación. Angola ha pasado de 1,9 mmbd a 1,5, y sostener lo actual, pese a la producción nueva en camino, parece cuesta arriba. Nigeria y Libia, que quedaron por fuera de las cuotas, no se recuperan por la intratabilidad de sus problemas internos. Irak, sin cuota, no aprovecha la paz por la precariedad de su infraestructura.
Las restricciones son gestionables con un manejo flexible en las válvulas de la Opep.
Todo el mundo debería estar contento, hasta el consumidor que podía esperar estabilidad de precios, pero no es así. Lo inmanejable son las desjuiciadas promesas electorales de Trump: retirarse del acuerdo nuclear con Irán porque es el “peor del mundo”. Ese solo enunciado desdice de los otros cinco países firmantes. Amenaza denunciarlo el 12 de mayo –regalo de día de las madres–. Añade leña al fuego Netanyahu con los documentos sobre la “mentiras” de Irán, descubiertos por el desconcertante Mossad. El nerviosismo es tal que ya al Ayatola se le está dificultando vender su petróleo.
El mundo está expectante. Un poco como cuando don Sancho Jimeno, tres años después de su enfrentamiento con piratas en 1697, rezaba por el eterno descanso de su rey Carlos II. El monarca moribundo y sin descendientes demoraba en decidir a quién legarle el trono de España. El cabildeo y la tensión en las cortes de Europa era frenético. Merkel y Macron cuentan con poco tiempo para armar una transacción que satisfaga a Trump, que no al gobierno de Israel, que considera el Pacto un adefesio. Huele a prórroga y zozobra continuada, con su correspondiente reflejo en los precios.