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Tomás Uribe

Dolor y cultura

Tomás Uribe
POR:
Tomás Uribe

 

En un contexto distinto al de la religión, la muerte o el debate entre géneros, el tema del dolor trae inevitablemente el de la cultura.

La diferenciación correspondiente es vieja como el ser humano.

Son culturalmente determinados la resistencia al dolor y el umbral del mismo.

Era excepcionalmente alto el del hombre de Neandertal según se puede inferir de su exposición al riesgo, si bien esta también dependía de su baja tecnología, otra variable influida culturalmente.

Quienes hemos sufrido lapsos largos de dolor corporal seguramente habremos reflexionado sobre la interacción entre dolor y cultura.

Salvo en los últimos doscientos cincuenta años, el ser humano siempre ha convivido con el dolor. Tan formaba parte de la vida que aliviarlo rara vez constituía una opción.

Se dice que James Henry Somerset, primer comandante en jefe del Ejército británico de Crimea, prohibió el uso de alcohol en las cirugías de dicha guerra por ser contrario a la “virilidad del hombre”.

Es altísimo el riesgo de infección y muy elevada también la mortalidad correspondiente, contra la cual luchará eficazmente le enfermera pionera Florence Nightingale.

Los ejemplos abundan. El humanismo sólo se implanta y empieza a predominar, lentamente, a fines del siglo XIX. Aún encara muchos prejuicios. A veces, el ‘doliente’ es el principal obstáculo. No está tan lejos el ejemplo del Almirante de Coligny, jefe de los protestantes en las guerras de religión francesas del siglo XVI, quien se deja amputar la pierna sin anestesia ni queja alguna, ante un nutrido grupo de amigos, el día de la San Bartolomé. Muchas culturas asimilan ambas nociones (hombría y dolor, voluntad y dolor, crecimiento y dolor), particularmente en un contexto religioso o de desarrollo social del joven varón dentro de su comunidad.

Son conocidos los ejemplos de etnias indígenas y africanas, pero el machismo que encontramos en nuestra vida diaria a menudo también se mide por la resistencia al dolor o, peor aún, por la capacidad simultánea de infligirlo y aguantarlo. Puede inclusive darse una correspondencia perversa entre una y otro.

La mujer, a su vez, desde tiempos inmemoriales sufre y conoce el dolor del parto sin mayor paliativo o protección médica. Dicho lo anterior, hay métodos ‘alternativos’ para aliviar el dolor o sus efectos y estos métodos tienden a ser tanto más efectivos cuanto más fe sostiene al paciente.

También pueden desempeñar un papel complementario útil. Importa entender en todo caso que el dolor no enaltece. Por el contrario, humilla, degrada y, desde luego, daña la calidad de vida. También agria tanto el carácter como las relaciones entre seres y grupos humanos.

Una vida sin dolor puede ser un imposible y, para muchos pacientes a riesgo y categorías vulnerables, no es un absurdo ‘templarse’ ante él, pero vale la pena intentar reducirlo hasta donde sea posible. Allí donde es evitable, imponérselo a otros es imperdonable.

Así se trate de Coligny, de los neandertales o de sus equivalentes modernos.

 

 

 

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