Máquinas ‘inteligentísimas’ están a cargo de moldear grandes eventos globales (elecciones, revoluciones) y pequeños eventos de nuestra vida diaria (trabajo, relaciones personales, distracciones).
A medida que computadores y robots se hacen cargo de labores humanas y que la ciencia los perfecciona surge la pregunta: ¿alguien de verdad tiene las cosas bajo control?
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Imperceptiblemente y en relativamente poco tiempo hemos aceptado creer que todo es digitalizable y puede ser resuelto con la aplicación de nuevas tecnologías. Sin esfuerzo hemos puesto nuestra confianza y nuestra fe en computadores.
En las ciencias y la sociedad, en política y educación, en la guerra y el comercio, las nuevas tecnologías no solo aumentan nuestras capacidades, sino que las moldean y dirigen, para bien o para mal.
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Y como la mayoría de la gente no comprende el funcionamiento del ciberespacio, su potencial es fácilmente capturado por las élites que dirigen gigantes corporaciones digitales cuyo alcance desconocemos. Ni siquiera sus dirigentes parecen saber hasta adonde pueden llegar y quien puede controlarlas.
Con China, probablemente más que los Estados Unidos, a la cabeza, simplemente debido a su enorme población, el mundo se mueve hacia el futuro.
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Cientos de millones de chinos usan teléfonos inteligentes para comprar en línea, pagar facturas e invertir su dinero, lo cual prepara el terreno para adoptar nuevos avances tecnológicos sin importar las repercusiones.
Según el New York Times, China está a la cabeza de lo que se conoce como tecnología emergente -sobre todo inteligencia artificial: “Para 2020, se espera que China represente más del 30 por ciento del gasto mundial en robótica”.
En muchos restaurantes son robots los que atienden a los comensales, reciben las órdenes y hacen reservaciones. Son también robots los que califican los trabajos escolares y los que ordenan mercancía y controlan inventarios en grandes super-mercados.
En aeropuertos y estaciones de tren hay policías robots que cuentan con tecnología de reconocimiento facial y pueden encontrar y seguir sospechosos, medir la calidad del aire y detectar fuego.
Desafortunadamente, como los meseros robots, se descomponen, se tropiezan y traban con comida y otras basuras del piso y deben ser ‘rescatados’ por policías y camareros humanos, lo cual es una buena metáfora para lo que está ocurriendo en general.
En lugar de un futuro utópico en el que el avance tecnológico arroja una luz deslumbrante y emancipadora sobre el mundo, estamos entrando en una era más bien oscura caracterizada por acontecimientos cada vez más extraños, imprevistos y cuyo alcance no entendemos.
El internet, ese sistema global de gran poder y energía que mantiene el aura de algo maravilloso pero imposible de captar, es en realidad una infraestructura física que consta de líneas telefónicas, fibra óptica, satélites, cables en el fondo del océano y grandes bodegas llenas de poderosas computadoras, que consumen inmensas cantidades de agua y energía.
Es allí donde almacenamos y recuperamos toda la información pública y privada y donde han sido absorbidos muchos de los que antes eran edificios reales: los lugares donde compramos, el banco, los sitios para socializar, investigar, hacer tareas, leer, el correo, nuestro trabajo…
Al mismo tiempo el ideal original del internet como vehículo democrático para distribuir cada vez más información con vías a mayor comprensión global y paz creciente, que justificaba el crecimiento sin control, lo que está fomentando son más divisiones sociales, desconfianza, teorías de conspiración y decisiones políticas basadas en información falsa. La Unión Europea está tratando de ponerle controles a Google con multas billonarias que muchos dicen que no son suficiente y en todo caso muy tarde. Controlar los gigantes digitales parece ser una tarea imposible.
El escenario de la humanidad manejada por maquinas inteligentes y lo que puede pasar cuando la línea entre humanos y maquinas se hace más borrosa, era tema de ciencia ficción. Hoy es tema de seminarios, estudios, investigaciones por parte de universidades, instituciones privadas y públicas, gobiernos y entidades internacionales.
La preocupación entre expertos no es si los robots se vuelven antagónicos o si se rebelan, sino que puede pasar si pudieran llegar a mostrar emociones humanas. El tema cobró actualidad cuando Google recientemente presentó su robot ayudante de hogar que es capaz de mantener una inquietante conversación por teléfono para, por ejemplo, hacer una cita para corte de pelo o hacer una reserva de restaurante, con ‘hums’ y ‘ahs’ incluidos para hacer que el oyente crea que está hablando con una verdadera persona.
El cine nos da ejemplos de un mundo donde los androides pueden parecer tan humanos que no se distinguen. En la realidad se usan androides de imagen humana para tener sexo y la tecnología se ha enredado en nuestras vidas de tal manera que es difícil darse cuenta de que, si bien las máquinas no podrán llegar a tomar el control, si están interfiriendo nuestra humanidad.
Cecilia Rodriguez
Especial para Portafolio