¿Sería usted capaz de leer este artículo sin hacer caso a las notificaciones que le lleguen al celular? Según Anastasia Dedyukhina, doctora en Ciencias de la Comunicación de la Universidad Estatal de Moscú y autora del libro ‘Homo Distractus’, diariamente revisamos este dispositivo entre 85 y 221 veces. Lo que afecta no solo nuestra concentración y productividad, sino que puede aumentar considerablemente nuestros niveles de estrés e, incluso, disminuir la calidad de nuestro sueño.
El dato da cuenta de una de las mayores adicciones de la sociedad actual. El culto a estos aparatos –y a la instantaneidad– ha llegado a tal punto que no nos separamos de ellos ni para ir al baño.
Aunque los llamados teléfonos inteligentes son una herramienta muy útil, es claro que nuestra dependencia de ellos está llegando a extremos. De hecho, ya hay clínicas de desintoxicación digital. Por eso cobra fuerza una corriente que busca ponerle un poco de equilibrio a nuestras vidas en este aspecto: el minimalismo digital.
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Su punto de partida no es el rechazo a la tecnología, sino utilizarla en sus justas proporciones. Es decir, racionalizar su uso y dejar de hacer parte de esas escenas ya tristemente clásicas en las que un grupo de amigos se reúne en un restaurante o en una casa, y la mayoría de ellos pasa el rato prestándole más atención a su teléfono que a las personas a su lado, por citar solo un ejemplo.
No se trata de desconocer que las llamadas, los mensajes y el correo sean tres herramientas básicas y necesarias en los ámbitos familiar, laboral y social. Pero se pueden manejar mejor, con horarios de revisión, priorizando lo realmente importante, controlando las notificaciones, etc. El agravante es que a eso le sumamos un montón de distractores más –como las redes sociales– que terminan haciendo que nos pasemos la vida pegados a la pantalla del celular. Así lo comprobó Anastasia Dedyukhina, quien lleva 4 años utilizando un celular básico, que apenas tiene llamadas y mensajes de texto, combinado con un ‘smartphone’ sin tarjeta SIM que solo usa para pedir transporte, por wifi, y mostrar tiquetes digitales cuando vuela.
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“Una de las principales razones de mi decisión es que antes estaba conectada 24/7, y a veces hasta me imaginaba que mi celular vibraba en mi bolsillo, pero cuando iba a revisar, mi pantalón ni siquiera tenía bolsillo”, recuerda Dedyukhina.
Según ella, los dispositivos inteligentes funcionan similar a las drogas. Cuando entramos a las redes sociales y recibimos 'likes', nuestro cerebro libera dopamina. Esta reacción, que nos produce placer, nos hace sentir bien. Sumado a esto, las redes sociales siempre tienen sorpresas, todos los días algo nuevo o inesperado surge allí, lo que nos brinda entretenimiento, más la ilusión de que estamos socializando y ‘siendo parte de’ al comentar o compartir esos contenidos.
“Otra de las razones –continúa– por las que es tan difícil dejar de utilizar de manera compulsiva el celular es que el cerebro, en conjunto con los músculos, memoriza y naturaliza ciertos movimientos. Por ejemplo, la escritura es algo que requiere mucha práctica antes de convertirse en un proceso automático e inconsciente: no me pregunto cómo escribir, simplemente escribo. Con los celulares pasa lo mismo, con el agravante de que las notificaciones son un llamado de atención que nos bombardea permanentemente. Cuando salen en la pantalla, hay una alerta sonora o el aparato vibra, vamos de inmediato al teléfono. Sin pensarlo. Y cuantas más notificaciones nos lleguen, más iremos al celular. El cuerpo automatiza este proceso de coger el dispositivo varias veces al día, hasta que se vuelve una acción inconsciente. Por eso, muchas veces desbloqueamos el celular para una tarea específica, como buscar una fecha, y olvidamos por completo la tarea inicial, terminando largo tiempo perdidos en otras cosas, como mensajes, chats o en las redes”.
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Además, según Dedyukhina, “los teléfonos inteligentes desentrenan el cerebro y lo vuelven perezoso”. Como cuando antes de salir a un lugar, así ya conozcamos el camino, revisamos mapas en la red para cerciorarnos de nuestra ruta. En este caso, el sentido de orientación y dirección, vitales para el ser humano, se vuelven perezosos y dejan de trabajar. Otra capacidad humana que se debilita es la memoria: los calendarios virtuales, llenos de recordatorios automáticos, nos dicen cuándo, dónde y cómo pasan las cosas; antes era necesario anotar las fechas y recordarlas para no quedar mal.
Otro impedimento para dejar la adicción al celular es el FoMO, o miedo a perderse algo importante que ocurre en las redes. Sin embargo, ¿realmente es tan importante saber lo que pasa todo el tiempo en las redes sociales? Aparte de que es un mito de Sísifo moderno (porque jamás termina), los niveles de ansiedad que genera son enormes, y eso alimenta la dependencia.
CUATRO CONSEJOS PRÁCTICOS
¿Se puede ganar esta batalla? El minimalismo digital cree que sí. La clave está en regular el tiempo y forma como usamos los móviles. En su charla ‘¿Podemos vivir sin smartphone?’, Dedyukhina comparte 4 consejos que le ayudaron a superar su adicción.
El primero es administrar el tiempo para que el celular no nos diga cuándo usarlo. Para ello es importante desactivar las notificaciones de las aplicaciones que no son estrictamente necesarias; así se disminuyen las veces que cogemos el celular. Al haber menos interrupciones constantes, se reduce el riesgo de que, por revisar un correo, resultemos navegando horas y horas viendo tonterías en la red.
En segundo lugar, hay que saber y definir bien en qué lugares y momentos debemos o podemos estar pendientes del celular y en cuáles no. El hombre no es un ser multitarea, por lo que cuando leemos y, a la vez, estamos pendientes del WhatsApp, la lectura –o el trabajo– resultará deficiente.
La tercera herramienta es la administración de las relaciones. No es saludable estar disponible todos los días a todas horas, es mejor establecer unos límites en cuanto a disponibilidad. Y el número de correos que enviamos determina también las respuestas que obtenemos; entre menos enviados menos respuestas. Por eso, debemos desarrollar comunicaciones más eficientes.
Los primeros tres consejos necesitan del cuarto para funcionar: el autocontrol. No se trata de dejar radicalmente de usar el celular, sino ir poco a poco, adquiriendo la costumbre de usarlo en ocasiones necesarias y dejándolo a un lado cuando no lo sean. La misma Dedyukhina falló por mucho tiempo: “Cogía mi celular sin darme cuenta y me sentía terriblemente avergonzada”. La motivación definitiva que la ayudó a ser una minimalista digital fue pensar lo que podría hacer con todas las horas que le gastaba al celular y a las redes si se convirtieran en tiempo libre. “Y fue la mejor decisión de mi vida”, comenta.
Y, usted, ¿logró leer este artículo sin revisar las notificaciones?
NICOLÁS HERNÁNDEZ GÓMEZ
Escuela de Periodismo Multimedia EL TIEMPO